Juan Carlos Rubiano Carvajal *
Resumen: En el presente documento se analizan las diferentes causas que impulsaron a las comunidades negras a dejar el Pacífico colombiano para instalarse en el piedemonte amazónico. Se estudia la llegada de estas personas al departamento del Putumayo y por qué se asentaron en el corregimiento de Cofania Jardines de Sucumbíos. De esa forma se evidencia cómo el sistema económico y de parentesco, así como el relacionamiento con los cofanes, ejercieron un rol mayor para consolidar este proceso migratorio y colonizador, que en la actualidad se cristaliza en la conformación de un consejo comunitario y en la legalización de un territorio colectivo. Estos ejercicios abren las puertas a buscar visibilidad sociopolítica de las comunidades, un camino por el que se desplazan las comunidades negras de Sucumbíos.
Palabras clave: comunidades negras; migración; colonización; pionero.
Abstract: This document analyzes the different causes that drove afro-colombian communities to leave the Colombian Pacific to settle in the Amazon foothills. It is studied how these people arrived in the Putumayo department and why they settled in the Cofania Jardines de Sucumbíos district, showing how the economic and kinship system, as well as the relationship with the Cofán community, played a greater role in consolidate this migratory and colonizing process. The consolidation of a migratory process, which is currently crystallizing in the formation of a community council and in the legalization of a collective territory, opens the doors to seek socio-political visibility of the communities, in this last path the afro-colombian communities of Sucumbíos.
Keywords: afro-colombian communities; migration; colonization; pioneer.
Artículo de investigación/ Research article
Cómo citar este artículo: Rubiano, J. (2024). Del Pacífico a la Amazonía: la migración de las comunidades negras al piedemonte amazónico. Jangwa Pana, 23(1), 1-15. doi: https://doi.org/10.21676/16574923.5206
Recibido: 04/04/2023 | Aceptado: 14/11/2023 | Disponible en línea: 01/01/2024
Introducción
La movilidad es una de las características de las comunidades negras. Ellas conocen ciclos de migración familiar estacional y cambios individuales de residencia dentro de la supralocalidad chocoana que expresan un parentesco difuso común a todos los habitantes negros del Pacífico. Lejos de ver estos desplazamientos como rupturas en el tiempo y el espacio, la población los asume como una estrategia familiar que amplía o contrae el espacio en torno a puntos de referencia locales, relacionados por sus traslados (Losonczy, 2004). Como lo señala Losonczy (2004), los viajes constituyen una especie de iniciación a los jóvenes, una forma de ampliar el espacio vivido en la que se activan relaciones de solidaridad en la extensa red de parentescos genealógico, ritual, de amistad y de afinidad.
Ahora bien, la movilidad de hoy difiere parcialmente de la de la de ayer. En el pasado, la migración se inscribía en el Pacífico, percibido como un vasto territorio de pertenencia social, por lo cual desplazarse no implicaba una separación, sino una extensión del espacio vivido. En la actualidad, estos traslados son menos circulares y más lejanos (rebasan el espacio regional), confrontando al individuo a nuevas lógicas de pertenencia, en donde tejen nuevas redes y provocan innovaciones que son aprovechadas por miembros de su familia (Hoffmann, 2007).
En este marco se evidencia cómo el territorio es un espacio de relaciones, las cuales se activan en función de los contextos cotidianos. Las comunidades negras, en particular, se organizan en torno a vínculos de solidaridad múltiple, que en su conjunto son los que aseguran la supervivencia de individuos y grupos. Es estar juntos, ser un grupo, lo que abre estos lazos de solidaridad y, en la actualidad, integra espacios lejanos, como la ciudad, generando nuevas redes (Hoffmann, 2007).
El presente escrito examina las migraciones de comunidades negras, provenientes fundamentalmente del municipio de Santa Bárbara en el Pacífico nariñense, hacia el piedemonte amazónico; en específico, el corregimiento Cofania Jardines de Sucumbíos (antes
1 Las comunidades negras viven en las dos márgenes del río San Miguel, pero por ser familia actúan como una unidad sociocultural, teniendo como eje los consejos comunitarios. Por ello el documento
municipio de Orito, Putumayo; hoy municipio de Ipiales, Nariño), pero también en el cantón de Lago Agrio, provincia de Sucumbíos, Ecuador (margen izquierda del río San Miguel)1. Es decir, se analizan grupos que, si bien se desplazan a grandes distancias de sus zonas de origen, ocupan áreas que paisajísticamente son similares, y en donde mantienen su visión particular del territorio.
Los estudios de desplazamientos de comunidades negras se han orientado en diferentes vías. Echeverri (2016), por una parte, evidencia la importante migración de esta población del Pacífico colombiano a Chile, remarcando la violencia como uno de los principales motores. Sin embargo, no es claro si estos individuos utilizaron la existencia de dicha problemática en sus zonas de origen como un argumento para legalizar su estadía en el país de acogida. Ramírez (2018), por otra parte, pone de manifiesto que el traslado de estos grupos hacia zonas urbanas es el fruto de la violencia armada, la homogenización cultural, la expansión de monocultivos, el abandono estatal y la satisfacción de expectativas de vida menos precarias. Zuluaga (2015), a su vez, muestra que las movilizaciones de personas del Pacífico al municipio de Tuluá tienen como motivos el ascenso social y el deseo de una mejor vida, que está relacionado con oportunidades de estudio, de trabajo y de obtención de recursos económicos, así como de los consumos derivados de estos.
Asimismo, se ha establecido que las generaciones nacidas de la migración buscan conquistar espacios sociales antes vedados, profundizar la autonomía, acceder a mayor número de bienes y servicios, y construir una identidad étnica. De esta forma, si bien algunos estudios parten de análisis monocausales como origen de estos desplazamientos, los multicausales toman mayor fuerza al considerar además lo que es realmente determinante en un proceso de este tipo, que es el anhelo de mejorar las condiciones de vida.
Sobre los desplazamientos hacia la Amazonía, en concreto, se ha señalado que han sido incentivados por los Gobiernos nacionales de mediados del siglo pasado como un medio para ocupar un área percibida como vacía y dar tierra a campesinos sin propiedad de otras zonas, lo que era un mecanismo para resolver problemas sociales,
se enfoca en los tres consejos (que están del lado colombiano de la frontera).
enmarcado en un esquema clásico de migración de conquista (Hamelin, 2002). La región también ha sido objeto de movimientos colonizadores de comunidades amerindias andinas que, por razones demográficas, ecológicas y económicas que se traducen en la falta de tierra en sus sitios de origen, deciden trasladarse hacia zonas bajas, instalándose de manera permanente y organizándose desde el punto de vista político y social de manera independiente a otros grupos que ocupan el territorio y por lo general conservando fuertes lazos con las zonas de origen (Rubiano, 2016). En todo caso, los documentos sobre migraciones de comunidades negras hacia la Amazonía son escasos; de ahí la necesidad de abordar esta temática.
Así las cosas, un primer objetivo del artículo es determinar cuáles eran las condiciones de vida de los pioneros en sus zonas de origen, en el Pacífico, con el fin de identificar lo que los motivó a desplazarse al corregimiento Cofania Jardines de Sucumbíos2. Un segundo objetivo es comprender cómo fue el traslado de estas personas al Putumayo y cómo vivieron su llegada a la Amazonía. Un tercer objetivo es analizar la manera en que las comunidades negras se instalaron en Sucumbíos y los factores sociales que lo permitieron. Finalmente, se describirá de qué modo esta población ha venido consolidándose en la región en la que hoy reside. Con ello se busca entender los procesos de movilidad y colonización de estos grupos: desde los fenómenos que los impulsan y los mecanismos sociales que se circunscriben a ellos hasta la forma en que se consolidan.
Materiales y métodos
El presente documento se basa en el trabajo de campo etnográfico y de antropología aplicada3 realizado entre 2013 y 2019 con comunidades negras del piedemonte amazónico, que corresponden a lo que Losonczy (1993) identificó como el tipo «africanidad latente»4. Esta labor se realizó en los consejos comunitarios Nueva Esperanza,
2 En adelante Sucumbíos.
3 El trabajo etnográfico fue compartido en determinados momentos por la participación en un proceso de consulta previa. Esto permitió conocer no solo los modos de vida y de pensar de las comunidades, sino la forma de relacionarse con la sociedad nacional en momentos de acordar la ejecución de un proyecto y de construir un programa de desarrollo propio (que es, desde el punto de vista de las comunidades, una de las partes de negociación en la consulta previa).
Nuevo Renacer, y Liberación y Futuro, que se localizan en el Sucumbíos (municipio de Ipiales).
Resultados
Según datos de 2019, la población en el territorio mencionado era de 501 personas: el 51 % residía en Nueva Esperanza; el 25 %, en Nuevo Renacer, y el 24 %, en Liberación y Futuro. De estas personas, 236 (52 %) eran hombres, y 238 (48 %), mujeres. En cuanto a la edad, 294 individuos (59 %) tenían entre 18 y 60 años; 134
(27 %), entre seis y 27 años, y tan solo 20 (4 %), 60 o más años. Los datos muestran que la comunidad más antigua es la más poblada y que la cantidad de habitantes crece de manera constante. Asimismo, se evidencia el proceso de arraigo de la gente con el territorio, puesto que la mayoría de las personas de 60 años son los que llegaron hace 40 años en la primera ola de migración.
Cada uno de los consejos comunitarios cuenta con una organización política interna y con una titulación de tierras de las comunidades negras5. Sin embargo, esta autonomía es relativa toda vez que estas tres instancias están agrupadas en la Asociación de Consejos Comunitarios Afro-Amazónicos de la Rivera del Río San Miguel (ASOCCAFRAIN), lo que hace que en la práctica sean de cierto modo una unidad político-administrativa.
En los casos de los consejos comunitarios Nueva Esperanza y Nuevo Renacer, el 97 % de la población es oriunda de la costa pacífica de Nariño, mientras que en Liberación y Futuro el 43 % de los habitantes son originarios del departamento del Cauca, el 14 % provienen de Córdoba, y el 9 % son del Pacífico nariñense. Si bien esta diferencia no acarrea problemas sociales, también es cierto que trae consigo variaciones socioculturales, reflejadas en prácticas como la producción artesanal o en las creencias religiosas.
4 Grupos que conservan varios ítems menores de origen africano, sin tener conciencia de ello, los cuales han integrado en una lógica de conjunto recreada y original (Losonczy, 1993).
5 Estas tierras son definidas en la Ley 70 de 1993 como terrenos en los que tienen su asentamiento histórico y ancestral las comunidades negras para uso colectivo, que constituyen su hábitat, y sobre los cuales desarrollan sus prácticas tradicionales de producción, en relación con las que se profiere el acto administrativo, que reconoce la propiedad colectiva.
Mapa 1.
Territorios de las comunidades negras de Sucumbíos, en el piedemonte amazónico
Fuente: elaboración propia.
En el Pacífico
Los fundadores de los asentamientos de comunidades negras de Sucumbíos son originarios de la vereda de Sanabria6, municipio de Santa Bárbara, en el departamento de Nariño. La cabecera municipal es un pequeño centro poblado de poco más de 20 cuadras, situada a lo largo del río Iscuandé, y la vereda mencionada se encuentra en el piedemonte de la cordillera, entre las cabeceras de dicho río y el Patía. El desplazamiento desde la cabecera municipal hasta la vereda es largo y tortuoso: toma un día en canoa (del casco urbano a la vereda Pie del Salto) y otro a pie, por un camino de herradura.
Mapa 2.
Localización del municipio de Santa Bárbara (en círculo negro) y de los territorios negros en Sucumbíos (en círculo rojo)
Fuente: elaboración propia a partir de Gobernación de Nariño (2020).
Los recuerdos que tiene la comunidad de su sitio de origen dan cuenta de un territorio aislado, con grandes dificultades de comunicación y donde la vida era muy difícil:
Sanabria era muy duro. Tocaba salir de Iscuandé [cabecera municipal de Santa Bárbara] hasta el Sardo; de ahí hasta San Pablo… Tomás llegó de Sanabria, él se crio en Piedra Sentada. Allá se sufría mucho; se iban días para salir a comprar sal. Allá sacaron el oro con máquina y no quedó trabajo. Allá era duro (Juana Bautista Cuero, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2019).
Las dificultades económicas y de desplazamiento son mencionadas por múltiples personas de la comunidad. Un ejemplo de ello es el siguiente testimonio:
En 1979 llegué a San Miguel de Sanabria. En Sanabria trabajé con mi mamá en minería. Tenía 15 años. La de montaña era mejor mina; la de río solo podía en verano y con el agua a la cintura. Era solo pa’ comida, como la madera. Prácticamente, estando grande uno piensa dónde puede estar mejor. Me vine porque allá la situación estaba mal. Tocaba viajar seis u ocho días entrando y saliendo, cargando (sal, jabón...). En ese tiempo no había carretera. Era muy duro. No me servía (María
6 Esta vereda se caracteriza por la explotación minera de oro y de platino, así como de madera; también, por actividades agrícolas.
Celedonia Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
La distancia extrema, lo duro del recorrido y el alto costo para poder salir a mercar o ir a un centro médico fueron factores importantes que empujaron a los habitantes a dejar la región. Es común que la gente se refiera a su vida en el Pacífico nariñense como penosa, generalmente recalcando lo difícil que era ir a la cabecera municipal y obtener productos necesarios para vivir como la sal o la panela, además de los costos que implicaba desplazarse hasta esa zona. De hecho, las condiciones del acceso a Sanabria son famosas entre las comunidades de esta región. No son excepcionales los comentarios según los cuales los viajeros fallecían a causa del extenuante recorrido que debían realizar:
Salían de San Pablo, caminaban todo el día, dormían ahí. Ahí había unas ollitas. Ahí murieron [una pareja de esposos]. Los taparon con hojarasca porque no había ni barro y escuchaban
«chau chau chau». Hace ruido igual que un muerto en la selva (Juana Bautista Cuero, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
También existieron otras razones que empujaron a la gente a dejar Sanabria, como en el caso específico de los hermanos Feliciano Castillo y don Eliberio Estupiñán, quienes posteriormente serían los fundadores de lo que hoy son los consejos comunitarios de Sucumbíos. Ellos abandonaron la región donde nacieron en 1961 debido a inconvenientes en su hogar y la búsqueda de nuevas oportunidades, tal como lo relata don Feliciano: «Eliberio [quien nació en 1947] se vino a los 14 años. Mi papá había muerto hacía cinco años y mi mamá había conseguido un marido malo con nosotros. Yo me vine con el mayor [Eliberio]» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Las relaciones familiares difíciles y el maltrato impulsan a la gente a trabajar desde muy temprana edad y a migrar para mantenerse y en algunos casos ayudar a su familia. Esta realidad de las comunidades étnicas y rurales del país se refleja en el testimonio de Feliciano Castillo, quien afirma: «Yo soy de Sanabria, pero me crie en Mercaderes. Mi mamá se casó con un animal: nos castigaba dos veces al día» (comunicación personal, 2019). Así, si Eliberio, quien era el hermano mayor, se había marchado de su sitio de origen a los 14 años, Feliciano, que era el menor, lo hizo más joven, y desde esa corta edad trabajó en actividades agrícolas y como arriero.
La migración en las comunidades negras es un modelo tradicional de existencia, aunque estos traslados rara vez son definitivos dado que la movilidad es algo socialmente valorizado. Las personas van a un lugar, se asientan y luego se desplazan a otra zona. Siguiendo esa tradición, Feliciano salió de Sanabria (Santa Bárbara) entre los 12 y 13 años y se fue a vivir a las cabeceras del río Patía: «Vivía en el en el Cauca, en el río Patía, frente a Mercaderes. Trabajaba como jornalero. La gente sacaba maíz…» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
En efecto, en los años cincuenta del siglo pasado el municipio de Mercaderes fue un importante centro regional de producción de maíz, donde adquirieron fama las recuas de mulas que transportaban el producto al comercio regional. En la región del Patía, don Feliciano y su hermano ejercían un duro trabajo como arrieros. Al respecto, Feliciano recuerda que debía jalar las mulas, sacarlas de los lodazales donde se enterraban, cargarlas y descargarlas.
Más adelante, a los 14 años, Feliciano migró de nuevo en compañía de su hermano, su esposa y cuñada al municipio de Orito, en el departamento del Putumayo, en busca de mejores condiciones de vida: «Yo traje a mi esposa del Cauca; Eliberio la trajo de Leiva, Nariño, de Sanabria… Eliberio trajo [un hijo] de 14… en 1971 vinimos con el primer guámbito [nacido en 1970]. Los tres hijos nacieron en El Triunfo» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015). Este es un ejemplo de cómo en muchas ocasiones los esposos que conforman una familia provienen de diferentes lugares, se unen y se instalan en un tercer lugar. Así, durante las migraciones, estos grupos parentales se van fortaleciendo y formando unidades de producción.
No solo los fundadores de Nueva Esperanza tuvieron una infancia con dificultades y múltiples migraciones. Ese también fue el caso para Tomás Obando (nacido igualmente en Sanabria), del consejo comunitario Nuevo Renacer, quien afirmó:
Mi mamá me regaló a un tío. Él se salió al Cauca, al Bordo, cuando yo tenía seis años. Allí crecí yo, muy bueno; lo malo: el verano… se sembraba maíz y en verano se dañaba. Él se divorció y nos desplazamos a Tumaco. Fui a Mercaderes cinco años de carguero. En 1964 me casé con mi señora. Ella es de Balboa. En Tumaco duré 11 años. Vivía de la madera. El cacao
no daba y el mercado se embolataba. Escuchaba que en el Putumayo había aserrío, decía el uno, decía el otro, y como tenía idea me vine pa’ acá. Me vine solo, llegué a El Triunfo (Tomás Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
El Putumayo fue una especie de tierra prometida, donde las comunidades negras podían desarrollar su estilo de vida y asegurar mejores condiciones de subsistencia, dentro de un modelo tradicional de existencia.
La llegada al Putumayo
Desde las cabeceras de los ríos Iscuandé y Patía, la familia Castillo Obando migró al departamento del Putumayo, instalándose inicialmente en la vereda El Triunfo, de la inspección de Tesalia, municipio de Orito. Las primeras personas de la comunidad en llegar a lo que hoy es el territorio del consejo comunitario Nueva Esperanza, en 1970, fueron los hermanos Feliciano Castillo Obando y Eliberio Estupiñán Obando. Sin embargo, como señala el primero:
Llegamos en los dos últimos meses de 1970. En el [sector del]
60 se vino a aserrar. Llegó a El Triunfo. En esa época cortábamos cedro con los indios [cofán]. La madera se sacaba a San Miguel, la compraba gente del pueblo y la sacaba a Antioquia. Venía de Sanabria, Nariño, municipio de Iscuandé7. Salí en la época de Rojas [Pinilla]; era tiempo liberal y conservador. No había votos; era tenga y tenga. Lo mandaron a una isla preso. Iba a ser buen presidente (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Al llegar a este nuevo territorio, los hermanos se instalaron en la vereda El Triunfo, donde contaban con conocidos que les brindaron el apoyo para establecerse en la región ya que la inspección de Tesalia es uno de los asentamientos más antiguos de comunidades negras en el bajo Putumayo. La llegada a Orito, sin embargo, no estuvo exenta de tropiezos: en muchos procesos de migración ocurre que, al arribar al punto de acogida, las personas que ofrecieron su apoyo se excusan o no aparecen; asimismo, en bastantes ocasiones el lugar o las actividades por desarrollar no son las que se pensaban:
«un amigo nos convidó, y el día que llegamos nos abandonó. Tocaba trabajar lloviendo con agua arriba y abajo [por las chuquias]. Sufrimos mucho. Trabajamos rosando plataneras, regando maíz. Un amigo me regaló
7 Iscuandé es la cabecera municipal de Santa Bárbara.
una tierra. Era buena» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Los hermanos vivieron un par de años en El Triunfo gracias a una parcela que, como señala Feliciano, les proporcionaron algunos allegados para cultivar. Así, los futuros pobladores de Sucumbíos iniciaron un proceso de establecimiento en este sector en torno a una tierra escriturada y sus cultivos, es decir, planeando un proyecto de vida en el lugar. Sin embargo, las condiciones económicas y sociales hacían que la comunidad mantuviese una alta movilidad. Desde esta zona se desplazaban a diferentes partes del municipio de Orito a cortar madera, que era de hecho su principal fuente de ingresos: «Tenía finca con escritura en El Triunfo. Aserrábamos y veníamos hasta que nos hicimos amigos de los indios. Vivimos en una isla [en medio del río San Miguel], veía esto tan bonito» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Identificar un lugar con características más llamativas para el estilo de vida de su comunidad incitó a estas personas a migrar otra vez a una nueva zona. Sucumbíos en ese momento era un territorio con pocos residentes (los cofanes, habitantes originales del área, se caracterizan por tener bajas densidades de población), donde abundaban las maderas finas y la caza, bases de la economía de las poblaciones negras, así como grandes extensiones de tierra selvática. De este modo se siguió el patrón de movilidad como un modelo tradicional de existencia donde se indaga por un lugar donde desarrollar un proyecto de vida y trasladarse a este.
A El Triunfo no solo llegaría la primera oleada de miembros de las comunidades negras que posteriormente residirían en Sucumbíos; también la segunda:
Llegué a El Triunfo a donde un hermano mío (Ricardo). Me encontré con un primo hermano (Eliberio) que había estado trabajando aquí [en Sucumbíos] y me dijo: «El cortesito es en el río San Miguel. Si gusta, arrancamos». En ese sitio aserramos a mano cedro y lo sacamos a San Miguel (Tomás Obando, Nuevo Renacer, 2015).
La vereda El Triunfo, como en general la inspección de Tesalia, llegó a ser un punto de acogida y motor de colonización de las comunidades negras en el
piedemonte amazónico. En el Putumayo las comunidades implementaron modelos de uso del territorio y de las redes sociales partiendo de lo que Losonczy (2004) ha denominado «supralocalidad». Esto les permitió consolidar su modelo migratorio en la Amazonía (no solo en Colombia, sino también en Ecuador), ocupando amplias regiones del departamento del Putumayo:
Cogí el baldío [en Sucumbíos] y me fui a San Miguel. Venía un mes y me regresaba al pueblo. Compré un motor para venir. Trabajé como motorista 12 años; organizamos una cooperativa para ir de San Miguel a la Punta. Cuando se hizo el puente, se acabó eso (Tomás Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
Siguiendo un modelo tradicional, las comunidades negras no fueron estáticas, no se asentaron en un punto: iban y venían por un amplio territorio. Solo con el paso de los años se fueron sembrando raíces en zonas específicas, como es el caso de Sucumbíos.
Instalación en el corregimiento de Cofania Jardines de Sucumbíos
Cuando los primeros habitantes de las comunidades negras llegaron a trabajar a Sucumbíos, entablaron relaciones de amistad y económicas con la comunidad indígena cofán:
Lo mejor era el corte de cedro. Lo compramos al 20 % a los cofán. De 100 piezas le dábamos 20 a Eusebio y a Natali Lucitante. Les compramos motor. Ellos, al ver que no tenía, no nos cobraban por sacar madera. Frente a ellos vivimos cinco años. Un día les dije: «¿Por qué no nos regalan tierrita?». Vinimos acá y nos dieron un lote a cada hermano. Arriba quedaron ellos (eran siete); abajo quedó Rómulo; en la mitad, yo, y arriba, Eliberio. Cada lote tenía un kilómetro. El límite de Eliberio: el primer Copal; yo y Rómulo hasta el segundo Copal… Vivíamos muy unidos, como hermanos. Si mataban a una danta, no la despostaban hasta que llegábamos. A veces arrimaban, pero poco; nosotros íbamos. Cuando nos reunimos, nos dieron un papel el taita Natali y familia al taita Feliciano8. El papel decía que éramos propietarios (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
8 Los cofanes se dirigen a Feliciano como «taita» por su avanzada edad.
9 Se debe señalar que los cofanes tenían la propiedad tradicional y la posesión (por varias generaciones) de estos territorios. En el momento de darles la tierra a las comunidades negras aún no estaba conformado el resguardo de Ukumari Kankhe, por lo que pudieron hacerlo sin
Los cofanes no solo les regalaron la tierra9; también les aconsejaron cómo hacer uso de ella: «En 1970 me lo regaló Eusebio Lucitante. Me trochó hasta [la quebrada] el Copal; todo esto era solo… El segundo caño, nos dijeron los indios, es para el bosque» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2019).
La comunidad negra de Sucumbíos ha tenido estrechas relaciones con el pueblo cofán, especialmente durante el periodo de instalación en la zona, cuando este grupo indígena les dio el terreno donde vivir y los medios de producción. Como se puede observar, esta interacción está marcada por la visita periódica de algunos cofanes, principalmente de la familia Lucitante, al consejo de Nueva Esperanza, y por algunos intercambios económicos menores y medicinales o rituales (no es extraño ver a miembros de los consejos tomando yagé con los cofanes).
Sin embargo, las relaciones políticas son secundarias: cada grupo mantiene una amplia autonomía y solo interactúan cuando hay metas conjuntas en el corregimiento. Además, los lazos de parentesco son por lo demás excepcionales. En este contexto social se está muy lejos entonces de lo descrito por Losonczy (1997) entre las comunidades negras y emberá del Chocó, donde existe una interdependencia social, ritual y de pensar al otro. No obstante, los cofanes apadrinaron a los primeros inmigrantes en Sucumbíos, les dieron un espacio donde vivir y los insertaron en la economía regional, que por cierto no era la cofán, de forma que se generó una relación simbiótica en donde ambas partes sacaron usufructo: «los Cofán señalaban los árboles y nosotros los trabajábamos. Como ellos conocían la selva, iban, miraban y nos decían dónde había cedro» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
El trabajo con la madera ha sido tan importante para la formación de la comunidad que los nombres de los primeros aserradores están marcados en la memoria de la comunidad: «El primer aserrador era Rómulo. A él lo trajo Tiberio Buitrón (un paisa), suegro de Rómulo. Él enseño a Rómulo a aserrar, Rómulo me enseñó, y luego a Eliberio» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
trámites legales. La zona cedida por los cofanes no es marginal; está entre los resguardos Ukumari Kankhe y Santa Rosa-El Diviso (en Colombia) y la Reserva Ecológica Cofán Bermejo (en Ecuador), que son territorios tradicionales de esta comunidad indígena.
Las comunidades negras son constantes en afirmar el rol preponderante de la madera en la escogencia del lugar para vivir pues, si bien en El Triunfo también podían ser propietarias de la tierra, el recurso ya se había venido explotando desde años atrás en ese sector, por lo que su disponibilidad era menor. De igual forma destacan cómo el trabajo de aserrar fue fundamental en el mejoramiento de su calidad de vida. Así, si bien es una actividad pesada, que requiere mucho esfuerzo, no se recuerda como algo molesto (como sí ocurre con el trabajo de arriero); por el contrario, es una labor muy valorizada que llena de orgullo a quienes la ejercieron. Incluso, en la actualidad las herramientas que se utilizaron en esas épocas son expuestas en la parte frontal de las viviendas.
La cacería, por otra parte, tuvo un papel secundario en la economía de estos grupos y en su decisión de asentarse definitivamente en Sucumbíos: «Luego llegamos aquí [Sucumbíos], contentos. Había cacería. Le disparamos a un cusumbo y con un tiro matamos hasta cuatro; lo mejor era el corte del cedro» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Seis años después de la llegada de los hermanos Castillo a lo que hoy es el consejo comunitario de Nueva Esperanza (inicialmente llamado vereda San José de los Pinos), llegaron los primeros habitantes de lo que en la actualidad es el consejo comunitario Nuevo Renacer (antes vereda Ranchería). Los fundadores de estos dos asentamientos son primos en primer grado, primos hermanos, entre sí:
Nosotros vinimos desde el punto que decíamos Sanabria, Nariño. En 1976 llegamos aquí a esta área, con un señor que se llamaba Rómulo, que era mi primo hermano, Feliciano Castillo, mi primo hermano, Eliberio Obando Castillo, mi primo hermano, y Tomás Emilio Obando, mi hermano. Llegamos con la misión que nos trajo el finado, mi primo hermano Rómulo, a cortar lo que trata el cedro. Estaba a 30 pesos la pieza, y el amarillo a 18. Nosotros hacíamos el recorrido entre [las quebradas] San José, Bocachico, La Mermeja y bajábamos a San Miguel a vender la madera (Libardo Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2019).
El poblamiento del consejo comunitario Nuevo Renacer es posterior al de Nueva Esperanza, pero el de los dos está ligado dado que don Tomás Obando y Libardo Obando, hermanos fundadores del primer asentamiento
mencionado, son primos de Feliciano y Rómulo. En palabras de un habitante del territorio: «Tomás Obando llegó de Sanabria en los años setenta a aserrar. Llevaba madera hasta San Miguel» (Juana Bautista, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2019).
Ahora bien, la llegada de la segunda ola de migrantes al corregimiento Cofania Jardines de Sucumbíos generó los primeros inconvenientes con la población autóctona debidos al crecimiento exponencial de los inmigrantes y a la invasión del territorio por parte de los nuevos habitantes:
Cogí de la bocana de Sapoyaco a donde mi hermano. Todo esto era mío. Vino mi hermano Tintiliano y le dije «Métase ahí». Luego vino mi hermano Audino y también le di esto [donde está la escuela]… Me radiqué del todo en 1997. Había cacería, pesca. Esto era de los cofanes. Al principio pusieron problema, dijeron que no podía trabajar; dije que iba a sembrar plátano para cuando me tocara quedarme, y cuando fueron a sacarme ya estaba radicado. Esto era del taita Fidel. Los cofanes mostraban el cedro, uno aserraba e iba al pueblo con ellos, y a ellos les dábamos cualquier cosa. Decían
«Tráiganos cualquier cosa y les mostramos un cedro» (Tomás Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
A pesar de la tensión que provocó la toma del terreno del taita Fidel, hermano del taita Eusebio, la cooperación económica entre las dos comunidades se mantuvo. De esta forma, la tirantez se disipó con el tiempo y las prestaciones económicas continuaron desarrollándose hasta que la economía maderera cedió su lugar ante la cocalera. Tomás Obando, una vez instalado en Sucumbíos, llamó a otros familiares para que fueran a vivir al Putumayo, con lo que se produce una tercera oleada de migración de comunidad negra al territorio. Así, hasta ese momento, estos desplazamientos se enmarcaban netamente dentro de las relaciones de parentesco:
Don Tomás Obando llamó a Tintiliano. Tomás llegó aserrando. Libardo ya tenía unas maticas de arroz; a Tintiliano le gustó y llegó. Arriba estaba el compadre chano [Feliciano Castillo] y Eliberio. Aquí no estaba en San José. Libardo estaba al otro lado del río [Ranchería]. Don Daniel estaba en la bocana [Ranchería]. Esto era baldío; por eso Tomás llamó (Juana Bautista, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2019).
Esta iniciativa, sin embargo, no era exclusiva de quienes ya residían en Putumayo, y específicamente en Sucumbíos; algunas personas también empezaron a
pedirles a quienes estaban en la región que les ayudaran a venir a ella:
Me enteré [de] que por acá había unos hermanos, por acá viviendo [en San Miguel]. Le rogué a mi hermano mayor que me trajera. En la casa de mi cuñada [Rubiela] tuve el hijo. De ahí mis hermanos se vinieron acá [Sucumbíos]; yo pegada a ellos. Dijeron «Lávenos la ropa y aquí la ayudamos». Luego pasó otro paciente enamorado. Le dije: «Si es responsable de mí y de mi hijo, vámonos». Duramos 28 años… Él trabajaba en madera. La tierra en que vivimos se la dieron los cofanes a mi esposo, como 15 hectáreas. Los cofanes eran poquitos. Ellos veían harta gente y les daba alegría vernos y, viendo las necesidades, nos ayudaban10 (María Celedonia Obando, Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
Por lo tanto, durante las primeras olas de migración a Sucumbíos, la base ―o el tronco― de estos desplazamientos y de las nuevas comunidades fue la familia Obando (que incluía a los Castillo), venida de Santa Bárbara. Este grupo, que formó el primer asentamiento, puede ser dividido a su vez en dos: un conjunto de hermanos y sus familias que se instalaron en lo que hoy es el consejo comunitario Nueva Esperanza, y otro de primos hermanos de estos últimos y sus familias, que hicieron lo mismo en el actual territorio de Nuevo Renacer.
Gráfica 1.
Fundadores de los consejos comunitarios Nueva Esperanza y Nuevo Renacer (en rojo, los primeros en llegar; en verde, los segundos; en amarillo, los terceros)
Fuente: elaboración propia.
En el momento de la fundación de los primeros asentamientos negros en las márgenes del río San Miguel, la concepción de la propiedad, la tenencia y el usufructo del territorio se inscribían en un modelo tradicional, centrado en los grupos de parentesco. Como ha sido descrito para otras regiones de Nariño, cada tronco ocupaba una parte de la tierra que se encontraba plenamente delimitada, donde trabajan sus parcelas y buscaban oro. Las parentelas definían entonces los derechos de trabajo y herencias (territorio, zonas de caza o de barequeo, entre otros) (Arocha & Friedeman, 1986).
Con el tiempo, el trabajo de la madera, que había sido fundamental en la instalación de las comunidades negras
10 En este caso se evidencia cómo los cofanes ayudaron no solo a los primeros colonos a desarrollar su proyecto de vida e instalarse en Sucumbíos, sino también a algunos que vinieron posteriormente.
en los márgenes de los ríos San Miguel y Ranchería, pronto se redujo sustancialmente. De este modo, en los años ochenta la economía de la región se transformó y se proyectó sobre actividades agrícolas, principalmente el cultivo de coca. Con ello inició el declive de la economía tradicional:
Después del cedro se sembró maíz muy barato. No sacábamos ni el transporte; tocaba venderlo barato. Luego arroz, y lo mismo: muy feo el río para llevarlo a San Miguel. Tocó sembrar coca porque el cedro se acabó. Los primeros días era bueno; luego, regular. No queda la mitad. Si hubiera carretera, es mejor sembrar chiro (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Este cambio de modelo productivo y ciertos temas de seguridad atrajeron a una nueva población, es decir, una cuarta ola migratoria. Algunos se asentaron en lo que posteriormente sería Nueva Esperanza, pero muchos lo hicieron en las márgenes los ríos Rumiyaco y Sapoyaco, formando lo que hoy es el consejo comunitario Liberación y Futuro.
La producción coquera, en particular, marcó la vida de los habitantes de estos territorios: por un lado, la bonanza económica había atraído a un importante número de individuos que no hacían parte de las parentelas que originalmente habían ocupado la región; por otro lado, las altas cantidades de dinero modificaban los patrones de existencia de las personas, de modo que las labores colectivas familiares se transformaron en puestos asalariados como jornaleros (raspachines). Así, de trabajar directamente en su parcela o con un asociado en la extracción de madera, el propietario de tierra pasó a ser empleador (y contar con varios empleados, según el tamaño de los cultivos).
Las relaciones de poder tradicionales basadas en el parentesco, la edad o el trabajo dieron paso entonces a otras centradas en la riqueza o el contacto con personas ajenas a la comunidad (en muchos casos, asociadas a grupos de poder regional). La producción de la coca trajo consigo también mayor tiempo disponible: las comunidades ya no tenían que dedicar largas jornadas en actividades agrícolas que generaban bajas ganancias o largas estadías en la selva cortando madera; ahora disponían del dinero para adquirir muchos productos que el mercado ofrecía y de más tiempo libre para actividades asociativas. Fue en este momento cuando se inició el trabajo que terminaría en la conformación de los consejos comunitarios.
Lo tardío de la inmigración de la población que compone Liberación y Futuro se pone de manifiesto en el hecho de que las personas que conformaron este consejo no son referenciadas en los relatos de Nueva Esperanza y Nuevo Renacer. Dichos fundadores son: Juan Obando, José Carabalí, Celso Cortez y Máximo Montiel. En este caso11, algunos individuos llegaron provenientes del departamento del Chocó; y otros, de la costa Caribe o distintas regiones del departamento del Putumayo:
11 Este consejo se encuentra disperso en las veredas Alto Amarradero, El Empalme, Fronteras del Amarradero, Sucumbíos, Argentina y La Playa.
Soy de Tadó, Chocó. Llegué a trabajar en la finca de Javier en 1999. Llegué solo, luego compré tierra a Euclides [hijo del primo de Feliciano]… vine por seis meses y me dieron ganas de quedarme. Gente que venía me contó [de Sucumbíos]; siempre me ha gustado andar. Antes andaba en Puerto Berrío sembrando plátano y pescando. Allá tenía propiedades; allá tengo nietos; los hijos mayores son de allá. Regresé a Chocó el año pasado y el antepasado estaba barequeando en Guamoco, sur de Bolívar; con ese tiempo estaba bueno trabajar. Vinimos varios (tres). Me jornaleé un año y después compré propiedad. Fui el primer cabeza del consejo. En Putumayo no se logró nada. Muchos proyectos, pero nada porque está muy desordenado en los consejos. Salimos con otro directivo a Orito, y doña Evelsi nos dijo que habláramos con el profesor Arroyo, que dijo que debíamos conformar la directiva (Miguel Gómez, Liberación y Futuro, comunicación personal, 2015).
Las personas migraban a Sucumbíos por el interés que despertaba el desplazamiento, así como por la posibilidad que la zona presentaba para desarrollar un proyecto de vida. En el caso de las migraciones internas en Putumayo, las olas de violencia que vivió el departamento también empujaron a los pobladores a buscar áreas que en un momento determinado eran más tranquilas:
Soy de Barbacoas, Nariño. Entré a Putumayo en 1964. Tenía 19 años. En Putumayo vivía con mi papá; mi mamá era muerta. El primo de mi papá se había venido. Se hablaba de trabajo como aserrador, sosteniendo fincas voleando machete, y yo buscaba eso porque en mi tierra trabajaba en la mina y yo buscaba recursos más estables. Llegué a Puerto Asís. En el 65 estuve en la vía a Orito. En el 65 salimos a Puerto Leguízamo. Estaba en la naval, me enganché por seis meses como marinero, pasé como ayudante de piloto y vine a quedar en Puerto Leguízamo trabajando. Regresé a Puerto Asís. Ya estaba la Texas; la gente se mantenía chupando alambre. Trabajé en el transandino. Trabajaba dos 2812 poniendo los marcos H. Trabajé del puente 1 al verde. Nos tocó hacer los puentes. En ese tiempo pagaban bien. Ahí me fui al Guamuez. Duré 26 años trabajando en finca.
San José y Ranchería se habían constituido como juntas. Yo entré aquí [Liberación y Futuro] en 1995, compré tierra en 1994. En 1995 entré a trabajar después del paro. En la Hormiga éramos 194 juntas. Mataron a 17 líderes; por eso me tocó correrme… primero nos constituimos como consejo en
12 «El 28» es una forma de hacer referencia a un contrato por un mes en Putumayo.
Orito (Silvio Mosquera, Liberación y Futuro, comunicación personal, 2019).
La violencia, sin embargo, no solo provenía de agentes externos. También había conflictos internos que podían llegar a ser tanto o más determinantes:
Llegar hasta aquí es un proceso. Mi señora tenía familia, y en una pelea con los hermanos se vino. Teníamos cinco hijos y yo la seguí. Ella tenía aquí. Le mataron a dos hermanos de ella, y la descendencia se vino (Juan Estupiñán, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2019).
Las personas que se asentaron en los ochenta y los noventa por lo general compraron tierra a los primeros habitantes de las comunidades negras de la zona. Según afirma Feliciano Castillo, «fueron viniendo y bregamos a cuadrarlos. Les vendíamos dos, tres o cuatro hectáreas; teníamos 300 hectáreas» (Nueva Esperanza, comunicación personal, 2019).
Si bien unas personas vendían pequeñas franjas de tierra ―específicamente, aquellos que deseaban continuar residiendo en la comunidad―, otros vendían grandes extensiones. Estos últimos, a la postre, fueron quienes dejaron los territorios del consejo y migraron a otras zonas del Putumayo o del país: «a los seis años llegó Jaime Andrade. Rómulo le vendió 50 hectáreas. Luego la viuda le vendió el resto, 50 hectáreas. Un blanco de Cali llegó en el noventa» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Es importante señalar que en la diversificación de la población el traspaso de tierras desempeñó un rol importante. Como se señaló, de ser comunidades originarias fundamentalmente del municipio de Santa Bárbara (vereda Sanabria), se pasó a tener miembros de zonas tan distantes como el Chocó, Cauca o la costa Caribe, y el proceso se acentuaría luego en los años noventa del siglo pasado, con la llegada de una parte importante de la población procedente del Chocó:
«Llegué de Tadó a trabajar en la finca de Javier en 1999. Llegué solo. Le compré tierra a Euclides. La gente fue entrando arriba» (Miguel Gómez, Liberación y Futuro, comunicación personal, 2019).
13 El artículo 675 del Código Civil Colombiano define los baldíos como bienes de la unión de todas las tierras que, estando situadas dentro de los límites territoriales, carecen de otro dueño. Son bienes públicos de
La relación entre los fundadores y los llegados posteriormente osciló entre la empatía, el sentimiento de apoyo, el desconcierto y el conflicto. En todo caso, de manera general, los nuevos migrantes encontraron un espacio positivo de recepción:
Llegaban a trabajar y detrás venían cinco o seis. Llegaban de Chocó, Nariño, Cauca… llegaron del ochenta en adelante y todavía unos decían: «Bueno, véndame otros por las malas. Dicen que usted no trabaja. Deme. Ellos no cuidan palos, ni agua» (Feliciano Castillo, Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
Los problemas con los recién llegados se vivieron tanto en lo que hoy es Nueva Esperanza como en Nuevo Renacer. Estas tensiones no se tradujeron en general en hechos violentos, aunque Tomás Obando anota:
«Después vinieron los cultivadores de coca y me tumbaron lo de arriba, y lo que quedó lo repartí a mis cuatro hijos… Me radiqué del todo en 1997» (Nuevo Renacer, comunicación personal, 2015).
La posesión de tierra, en estos procesos de migración, daba derecho a integrar la comunidad. Así, al vender o ceder un terreno a nuevos residentes, se les otorgaba el derecho a hacer parte de la población, lo cual permitió el paso de un modelo tradicional de tronco a uno más amplio y heterogéneo, representado primero en las juntas de acción comunal, que posteriormente dieron paso a los consejos comunitarios.
Los territorios que hoy ocupan los consejos comunitarios presentan unas particularidades específicas. Una de ellas es haber quedado sobre tierras que en el pasado pertenecían a los cofanes, quienes les donaron predios a los primeros en llegar para que se pudieran asentar; por lo tanto, se debe tener en claro que las comunidades negras no se ubicaron en baldíos13, como algunos lo señalan. Los propios indígenas apoyaron el asentamiento de estos migrantes en Sucumbíos y los legitimaron al brindarles un documento como propietarios de un terreno. Asimismo, se debe precisar que en un primer momento las colectividades no se autodefinieron como negras; se formaron como veredas Ranchería y San José de los Pinos, y se instalaron en centros poblados como El Empalme y Amarradero.
la Nación catalogados dentro de la categoría de bienes fiscales adjudicables.
También se destaca que un 50 % de estos territorios están cubiertos de bosques primarios y secundarios. Estos predios, y por lo general los asentamientos, se encuentran ubicados de manera continua entre los ríos San Miguel, Ranchería, Copal, Sapoyaco y Rumiyaco. Además, como estrategia de dominio territorial y para evitar que finalmente sus tierras sean invadidas por la actividad coquera o de otro tipo, las familias negras de Sucumbíos habitan la región de manera dispersa, lo cual les permite tener presencia continua y contrarrestar así posibles problemas de colonización futura.
El modo de ocupación descrito también facilita la producción agrícola dado que, a diferencia de lo observado en Chocó (Losonczy, 1997), en esta zona del Putumayo las zonas de cultivos no están a grandes distancias de los sitios de residencia. El centro poblado al cual convergen estas familias en busca de los escasos servicios existentes en la zona es El Empalme: allí se encuentran el colegio, el puesto de salud, los servicios de transporte intermunicipal y algunos pequeños mercados de abarrotes que ofrecen elementos básicos.
Igualmente, vale la pena señalar que, a raíz de la ola de violencia que sacudió al corregimiento de Cofania Jardines de Sucumbíos en el primer decenio del siglo XXI, algunas familias de los consejos comunitarios cruzaron el río San Miguel y se asentaron en el cantón de Lago Agrio (Ecuador). Sin embargo, su vida cotidiana continúa estando ligada a la de sus parientes que continuaron viviendo en la margen izquierda de dicho cuerpo de agua. Según comenta la comunidad, en Lago Agrio tienen un sistema de salud más eficiente y mejor infraestructura educativa y contaron primero con el servicio de luz domiciliaria.
Consolidación de las comunidades
A la llegada de las comunidades negras a Sucumbíos, su primer objetivo fue integrarse al sistema social (de manera interna y con otras comunidades) y económico predominante en la zona (la extracción de madera). En esa medida, se hizo prioritario obtener tierra para poder instalarse de manera definitiva en el lugar. Estas metas se lograron gracias al apoyo de los cofanes. Luego, a principios del presente siglo, los propósitos de las comunidades cambiaron de forma que se empezó a
14 El consejo comunitario Liberación y Futuro se conformó en el año 2010.
pensar en la organización comunitaria y en obtener la visibilidad política, algo que les brindaría la posibilidad de planear y ser parte de la toma de decisiones que influencian la vida de los habitantes de la región (incluidos los campesinos y los indígenas).
La organización política de las comunidades negras de Sucumbíos se remonta a inicios de los años noventa del siglo pasado, cuando se formaron las juntas de acción comunal, como en el caso de San José de los Pinos, hoy Nueva Esperanza. Sin embargo, la organización étnica solo comenzaría a inicios del presente siglo:
Hace 26 años se organizaron en junta de acción comunal. Feliciano fue el vicepresidente… El consejo lo formó Miguel en 2006; antes, la junta. Miguel Alirio [alcalde de Orito en 2001] dio la escuela. Con Navarro, Nariño dio la plata para formar el consejo. La asociación se legalizó en 2014 con el Ministerio del Interior… Doña Evelsi, en Orito, dio recomendaciones para formar el consejo (comunidad de Nueva Esperanza, comunicación personal, 2015).
En los primeros años del siglo XXI Sucumbíos hacía parte, al menos desde el punto de vista político, del municipio de Orito (Putumayo). En ese momento se inició el trámite para conformar el consejo comunitario (separándose de la junta de acción comunal), acción que se cristalizó en 2006 con la conformación de Nueva Esperanza y Nuevo Renacer14. Este proceso fue incentivado por miembros de la administración municipal, como es el caso particular de doña Evelsi, y posteriormente el Gobierno nacional tuvo un rol importante en esta iniciativa al capacitar a esta población sobre cómo organizarse y los protocolos que debían seguir para ser reconocidas como comunidades negras.
Fui la primera cabeza del consejo. En Putumayo no se logró nada; muchos proyectos, pero nada porque están muy divididos los consejos. Salimos con otro directivo a Orito, y doña Evelsi nos dijo que habláramos con el profesor Arroyo. Dijo que debíamos conformar la directiva de San José y de Ranchería. Me pidieron el censo, lo llevé a Orito y fui a la capacitación a Orito y a Puerto Asís. Enseñaban manejo del consejo, del personal, de consulta, la Ley 70. Luego llevé el censo a Pasto y mandaron al Empalme delegados del Ministerio del Interior, porque decían que aquí no había negros. Se hizo paro a Ecopetrol y vino Navarro. Al año salió la titulación. Muchos pensaron que les iban a quitar la tierra, pero se dieron cuenta de que iba a quedar protegida. La
gente se convenció porque muchos no querían entrar (el Consejo se formó en 2006 y se tituló en 2012) (comunidad de Nueva Esperanza, comunicación personal).
La conformación del territorio colectivo tomó forma en 2009, cuando el gobernador de Nariño, Navarro Wolff, visitó el corregimiento (que administrativamente hacía parte del departamento) y ayudó a las comunidades étnicas en la titulación de estos predios. Los habitantes de lo que era la vereda San José de los Pinos escogieron entonces el nombre actual de Nueva Esperanza por tener grandes aspiraciones con el proceso, siguiendo el anhelo de una mejor calidad de vida dentro de los usos y las costumbres de la colectividad. Según afirman, «se llama Esperanza porque había poco para la directiva. Era una nueva esperanza lo que se quería» (comunidad de Nueva Esperanza, comunicación personal).
Del mismo modo, la vereda Ranchería pasó a denominarse Nuevo Renacer, y la vereda Amarradero fue nombrada Liberación y Futuro, también por las expectativas ante la conformación de los consejos. Como se puede ver entonces, en términos generales, para estas comunidades el proceso representaba un renacimiento y una manera de liberarse de las dificultades que tenían y de encaminarse a un futuro promisorio.
Las comunidades negras hoy son líderes en Sucumbíos y ejercen un rol mayor en la Fundación El Progreso, la cual desde su conformación en 2003 ha generado los lineamientos para la convivencia y el desarrollo del corregimiento. Desde el punto de vista pragmático, esto hace que tengan gran influencia en la vida de las poblaciones amerindias y campesinas de la zona. Lejos está la época en la que estos migrantes eran relegados; hoy son participes y guías de la planeación y toma de decisiones de la región donde habitan.
En la actualidad, las familias que conforman los consejos comunitarios sueñan con un territorio desarrollado, con proyectos agrícolas y pecuarios que les permitan adaptarse a los cambios que impulsa el progreso. Buscan un futuro en el que las familias y los líderes estén fortalecidos en temas productivos, socioculturales, organizativos y políticos, lo cual a futuro les garantice su supervivencia como colectividad y como comunidades negras.
Conclusiones
En la literatura sobre migraciones se señala repetitivamente que los individuos migran por las malas condiciones socioeconómicas en sus sitios de origen o por no tener posibilidades de desarrollar sus proyectos de vida en el lugar donde nacieron. Este discurso, sin embargo, es difícil de sostener por una buena etnografía. Las personas, en realidad, se desplazan por múltiples razones: problemas familiares, violencia, temas religiosos, el sistema de parentesco en el cual están inmersos, la búsqueda de una mejor condición de vida (es decir, por motivos financieros o por las distancias del lugar donde habitan).
Si bien no se puede negar que las razones económicas son un incentivo importante para migrar, esto no quiere decir necesariamente que las comunidades o los individuos que se desplazan no cuentan con los medios de subsistencia en sus sitios de origen. De hecho, la mayor parte de la gente se traslada a otro territorio para buscar mejores posibilidades de existencia, lo que no es sinónimo de búsqueda de recursos monetarios. Así lo ilustra el caso de Feliciano Castillo, quien era dueño de tierra en El Triunfo y no dudó en vender dicho predio para irse a vivir a Sucumbíos: se puede ser propietario, controlar los medios de producción y, aun así, decidirse a buscar algo que se considera mejor, es decir, para progresar en sus condiciones de vida. Estas ventajas pueden incluir desplazarse menos para trabajar (ir a cortar madera) o para cazar, la abundancia de pescado, la estética (se favorece una región más selvática) o la cercanía con la familia. En suma, las razones para instalarse en otra zona son múltiples y pueden variar de individuo a individuo, aunque siempre hay tendencias.
De cualquier forma, la migración por regla requiere de la solidaridad de las personas. En el caso de las primeras comunidades negras que se trasladaron a Sucumbíos, los cofanes fueron quienes ejercieron ese rol dándoles tierra, mientras que la segunda y la tercera ola de inmigrantes contaron con la ayuda de integrantes de la familia, de forma que estos nuevos pobladores llegaban a donde primos, como en el caso de Tomás Obando. Una cuarta oleada, que se apoyó ya en miembros de la propia etnia, estuvo compuesta por individuos del departamento de Chocó o de la costa Caribe que llegaron a Sucumbíos y obtuvieron tierra de los primeros colonizadores.
Si bien es cierto que en ocasiones se desplazaron hombres solos a Sucumbíos, también lo es que por lo general fueron familias completas las que llegaron a Putumayo, un patrón característico de la migración tradicional ejercida por las comunidades negras. En este sentido se puede evidenciar cómo los nuevos tipos de migración, a zonas distantes, se articulan con elementos tradicionales como trasladarse en familia y la importancia del parentesco en estos procesos.
La solidaridad entre individuos también se expresa en la formación de grupos territoriales y organizativos. Las comunidades negras de Sucumbíos se asentaron en torno a zonas claramente delimitadas como la cabecera del río San Miguel y la desembocadura de los ríos Ranchería y Sapoyaco (entre los ríos Rumiyaco y San Miguel). Esto facilitó la conformación de organizaciones políticas, como los consejos comunitarios, y ha sido determinante en la conservación de características socioculturales propias en un área donde habitan cinco grupos amerindios (cofanes, pastos, awá, nasas e ingas) y comunidades campesinas de diferentes departamentos de Colombia, principalmente de Nariño, pero también de regiones tan distantes como la costa Caribe.
De este modo se evidencia cómo la reagrupación de los individuos, basada en relaciones y redes de parentesco, así como de proximidad cultural en los territorios de acogida, tiene un papel fundamental en la conformación de colectividades y asentamientos. Primero, constituye un factor para la estabilización de los individuos y de una comunidad; posteriormente, representa la base sobre la que se construirá una visibilidad sociopolítica y se buscará una diferenciación social y étnica.
Algunas poblaciones amerindias (migrantes) buscan justificar y consolidar la ocupación del corregimiento de Cofania Jardines de Sucumbíos argumentando una relación ancestral con el territorio, como es el caso de los pastos del resguardo Rumiyaco (Rubiano, 2016). Las comunidades negras, en cambio, no pueden hacer uso de esa herramienta, por lo que ponen el énfasis en el hecho de que los cofanes, lo habitantes originales de la región, les dieron el terreno donde están instalados (una cesión que se legalizó por medio de la firma de un papel que en el imaginario de estas personas actúa como una escritura). A diferencia de otros grupos humanos que llegaron a la región y se apoderaron de lo que era de estos indígenas, las comunidades negras subrayan que la tierra
es un regalo dado por ellos como respuesta al trabajo compartido y a las relaciones de amistad que los une. A su vez, afirman que su derecho sobre el territorio es el resultado de la demanda de ellos mismos, es decir, es algo dado pero al mismo tiempo ganado por los nuevos residentes de la zona.
Un segundo aspecto que destaca la comunidad es la domesticación del territorio como medio para legitimar su tenencia. Por ello hacen un énfasis constante en la tala, en la apertura de la selva, en ser pioneros, en conformar la punta de lanza de la colonización. Es decir, según estos pobladores, el uso de las tierras se ganó porque estas fueron transformadas por el hombre negro. A esto se debe que estas personas muestren con orgullo las herramientas para talar, los potreros y los cultivos, esto es, las zonas que le han ganado a la selva.
El traslado de las comunidades negras a Sucumbíos es exitoso porque se respaldó en la construcción de nuevas redes sociales, en particular con la comunidad cofán, pero también se requirió de una red de parentesco para instalarse e incitar la llegada de posteriores olas colonizadoras. El desplazamiento a este corregimiento y en general al Putumayo llegó a buen término porque incorporó características propias de las migraciones actuales a la vez que conservó mecanismos tradicionales. El territorio también ha tenido un rol mayor en el proceso ya que, al contar con la propiedad sobre este y al ser de uso casi exclusivo, ha permitido conservar los rasgos culturales que hacen a estas personas autoidentificarse y ser identificadas como negros.
Así las cosas, en el territorio de acogida las comunidades desarrollaron modelos productivos que ya conocían y en los cuales tenían ventajas frente a los habitantes locales (la tala y la comercialización de madera), es decir, hicieron aportes claros y visibles al sistema económico regional. Si bien en los primeros años de su llegada a Sucumbíos y hasta los primeros años del siglo XXI estos nuevos pobladores no tuvieron un rol político mayor a nivel local, con la consolidación comunitaria fueron haciéndose visibles en ese ámbito dentro del corregimiento y hoy son probablemente los que más jalonan la organización política local a través de la importante función que desempeñan en la Fundación El Progreso, que desde el 2003 direcciona los procesos sociopolíticos del corregimiento.
Ahora bien, para alcanzar la influencia señalada se requirió que las comunidades pasaran del tradicional aislamiento político a trabajar como una organización política unificadora, lo que hicieron creando los consejos comunitarios y, posteriormente, la ASOCCAFRAIN. Si el proceso migratorio y colonizador está consumado, el desarrollo de los consejos comunitarios desde lo económico, lo político y lo identitario está en pleno progreso y mutación. Solo los próximos años mostrarán realmente los matices que tomó.
Declaración de aspectos éticos y conflictos de interés
En las actividades de campo se recolectó la información mediante mecanismos consensuados y permitidos por la ley. El interlocutor y la comunidad fueron enterados de que la información de campo sería utilizada para la redacción de documentos. El material bibliográfico consultado fue debidamente referenciado. Los resultados de la investigación responden a interés de orden investigativo y no se presentan conflictos de ningún tipo.
Contribuciones del autor
Juan Carlos Rubiano Carvajal: investigación y redacción del documento.
Referencias
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