Subsistencia, dieta, salud y enfermedad en el pasado: del paradigma osteológico a la era molecular en Colombia
Subsistence, diet, health and disease in past: from the osteological paradox to the molecular era in Colombia
Subsistencia, dieta, salud y enfermedad en el pasado: del paradigma osteológico a la era molecular en Colombia
Revista Jangwa Pana, vol. 19, núm. 1, pp. 23-44, 2020
Universidad del Magdalena
Recepción: 31 Enero 2019
Aprobación: 24 Octubre 2019
Resumen: En las últimas décadas, la bioarqueología colombiana ha tenido un desarrollo prominente tanto en la aplicación de nuevas técnicas como en la maduración de las conceptualizaciones teóricas en líneas temáticas sobre la subsistencia, la dieta, la salud y la enfermedad de las poblaciones prehispánicas que habitaron el territorio nacional. A diferentes escalas de análisis, los investigadores colombianos han resuelto interrogantes desde perspectivas multidisciplinares como la ecológica, la evolutiva y la biocultural utilizando cada vez más técnicas radiológicas, histológicas y moleculares para la consecución de información. Este artículo de revisión tuvo como objetivo realizar un barrido de las investigaciones generadas en torno a los debates bioarqueológicos sobre adaptación al medio, migración y colonización de nuevos nichos, dieta, marcadores de actividad y condiciones de vida, principalmente. Sin que sea una exploración exhaustiva de la gran producción investigativa en el país, esta revisión ha permitido comprender los nuevos panoramas analíticos que se están generando entre los antropólogos de las diferentes regiones y de esta forma realizar una reflexión acerca de las nuevas sinergias que se promueven en la ciencia bioarqueológica colombiana.
Palabras clave: bioarqueología, dieta, paleopatología, subsistencia y arqueología molecular, Colombia.
Abstract: In recent decades, Colombian bioarchaeology has had a prominent development both in the application of new techniques and in the maturation of the theoretical conceptualizations in thematic lines on subsistence, diet and health and disease of the pre-Hispanic populations that inhabited the national territory. At different scales of analysis, Colombian researchers have solved questions from multidisciplinary perspectives such as ecological, evolutionary and biocultural using increasingly, radiological, histological and molecular techniques for the acquisition of information. This review seeks to take a look of the research generated around the bioarchaeological debates on adaptation to the environment, migration and colonization of new niches, diet, markers of activity and living conditions. Without being an exhaustive exploration of the great research production in Colombia, this review has made it possible to understand the new analytical scenarios that are being generated among the anthropologists of the different regions and in this way to reflect on the new synergies that are promoted in bioarchaeological science.
Keywords: bioarchaeology, diet, paleopathology, subsistence and molecular archaeology, Colombia.
Introducción
El presente artículo de revisión tiene por objeto brindar un panorama general de los aportes más relevantes de la investigación bioarqueológica en Colombia, centrados en la relación entre las estrategias de subsistencia, la dieta y el estado de salud-enfermedad de las poblaciones prehispánicas a partir del estudio de restos óseos humanos, dentales y momificados. En este sentido, más que una descripción y análisis exhaustivo de la producción científica en el área de la bioarqueología colombiana, el texto se ha centrado en la identificación crítica de algunas investigaciones realizadas a lo largo del territorio nacional para exponer los avances teóricos, nuevas propuestas a nivel metodológico y, finalmente, las contribuciones a diferentes escalas de análisis sobre el tema en cuestión.
Considerados como ecofactos [1] , los restos óseos tienen una situación privilegiada en la arqueología. Esto se debe, especialmente, a los avances a niveles teórico y metodológico derivados de las propuestas de la arqueología procesual, que dieron paso a finales de los años setenta en los Estados Unidos al desarrollo de la bioarqueología [2] .
A través del estudio de los restos esqueléticos, dentales y momificados, la bioarqueología busca reconstruir el comportamiento de las sociedades del pasado, generando inferencias acerca de las condiciones de vida de las poblaciones, los patrones de dieta y nutrición, la actividad física, la salud, la enfermedad, la demografía y las interacciones genéticas (Larsen, 2015). Con ese fin, emplea en gran medida como marco de referencia la ecología humana, el enfoque biocultural y la arqueología evolutiva, en un intento por integrar los datos y las teorías de la arqueología, la antropología biológica, la historia, la antropología cultural, las ciencias médicas, la geografía y afines (Buzon, 2012).
Adicionalmente, como parte del registro arqueológico, los restos óseos ―y por tanto el tejido óseo― se ven afectados por procesos tafonómicos post mortem: deposicionales y posdeposicionales (McKee, 2010; Suby, 2012). Sin embargo, al ser sistemas abiertos, dinámicos, históricos y adaptativos, los huesos también se ven continuamente impactados, a lo largo de la vida del individuo, en su proceso de desarrollo y crecimiento, como respuesta a diferentes presiones y estímulos producidos por agentes intrínsecos (influencia genética, metabólica, endocrina, etc.) y extrínsecos (contexto socioambiental) (Larsen, 2001b; Luna, 2006), “dejando huellas o evidencias osteobiográficas ” [3] (Scott, Willey y Connor, 1998, p. 361).
Estas evidencias pueden ser estudiadas en dos niveles (macroscópico y microscópico), de manera multimodal (osteología, rayos X, TC, patologías dentales, isótopos estables, etc.) y a diferentes escalas de análisis (individual, intrapoblacional, interpoblacional, local, regional, etc.). El objetivo es aproximarse a la comprensión de las dinámicas del trinomio individuo-ambiente-comportamiento (Goodman 1998; Goodman y Leatherman, 1998; Goodman, Swedlund, Brooke y Armelagos, 1988). Es así como paulatinamente se ha ido avanzando en la resolución de múltiples interrogantes arqueológicos respecto a los procesos de migración y dispersión de grupos humanos a través de un territorio, las condiciones demográficas necesarias para colonizar nuevos espacios, el papel del medio ambiente en el deterioro de la calidad de vida, el impacto de los cambios de la estrategia de subsistencia en las poblaciones, las transformaciones o continuidades de los patrones alimenticios, la relación entre el estatus social, los hábitos de trabajo y el consumo de alimentos, así como el estado de salud-enfermedad de las poblaciones en diferentes ambientes.
Para el caso colombiano, las tendencias en la bioantropología [4] no han estado alejadas de este desarrollo, dadas las recientes propuestas teóricas y metodológicas que han enriquecido este campo del conocimiento tanto a nivel de poblaciones actuales como de las del pasado, poniendo de manifiesto la necesidad de una mayor integración de las perspectivas bioculturales (Delgado y Rosique, 2012; Rojas, 2014; Tabares, Rosique y Delgado-Burbano, 2012). En este sentido, una tarea pendiente desde la bioarqueología nacional consiste en examinar críticamente los presupuestos e inferencias alcanzados hasta el momento respecto a la relación entre las estrategias de subsistencia, la dieta y el estado de salud-enfermedad, examinando particularmente la calidad de la información que ha acompañado la conformación de los esquemas de desarrollo sociocultural dentro de la arqueología colombiana.
Lo anterior significa, también, abordar los problemas de orden escalar entre los interrogantes de investigación y las estrategias de análisis empleadas para la construcción de modelos que nutren la base de los esquemas mencionados (Jaramillo, 2012). Esto se direcciona hacia una discusión relacionada con la paradoja osteológica [5] (DeWhite y Stojanowski, 2015; Wood, Milner, Harpending y Weiss, 1992)- en términos de la revisión de las interpretaciones y de los presupuestos hechos en el pasado sobre diferentes colecciones óseas-, de las nuevas perspectivas teóricas y del desarrollo de nuevos métodos de investigación (osteológicos, dentales, radiológicos, bioquímicos, moleculares).
En consecuencia, resultan pertinentes los argumentos que refieren la necesidad de adelantar estudios más allá de la escala local y de usar múltiples estrategias de investigación, lo cual daría una perspectiva del estilo de vida de los grupos humanos que habitaron distintos territorios y periodos, así como de las posibles variables que modularon los procesos de complejización en el territorio colombiano (Cárdenas, 2002; Gómez, 2011).
Valdría la pena entonces volver la mirada a los modelos de análisis de las teorías de las transiciones nutricionales (Grigg, 1995), las transiciones demográficas (Bongaarts, 2009) y las transiciones epidemiológicas (Armelagos y Barnes, 1999; Armelagos, Brown y Turner 2005; Barnes, Armelagos y Morreale, 1999; Cohen y Crane-Kramer, 2003, entre otros). Estas son propuestas que, en otros contextos, han permitido mejorar la comprensión de las causas y las consecuencias de las modificaciones en los patrones dietarios, los aumentos poblacionales y el desarrollo e impacto de las enfermedades en el pasado (por ejemplo, BocquetAppel y Bar-Yosef, 2008).
Discusión
Desarrollo histórico de los análisis bioarqueológicos en Colombia
En los inicios de la disciplina arqueológica en Colombia, los restos óseos humanos hacían parte del acervo de antigüedades como simples curiosidades o como objetos válidos de ser registrados y descritos por viajeros, naturalistas y diferentes estudiosos interesados en las razas [6] y en el origen del hombre americano. Para la década de 1940, los trabajos pioneros de Eliécer Silva Celis sobre diferentes contextos funerarios del territorio nacional, complementados con datos etnohistóricos y etnográficos de grupos indígenas modernos, así como los detallados análisis bioantropológicos y osteométricos y de las prácticas de momificación ―enfocados principalmente en poblaciones prehispánicas del altiplano cundiboyacense (Van der Hammen y Correal 1963; 1978)―, aportaron datos interesantes a la discusión acerca del origen y las relaciones biológicas entre los grupos de esta región, y brindaron la posibilidad de indagar acerca de las condiciones de salud de los individuos (Rodríguez Cuenca, 2001).
Ya para los años sesenta y setenta, el panorama arqueológico comienza a comprender el pasado como una cuestión regional, lo cual permite mostrar por primera vez cambios adaptativos a lo largo del tiempo. Los hallazgos en los abrigos rocosos de Sueva, Nemocón (Correal, 1979), El Abra y Tequendama (Correal y Van der Hammen, 1977) y el sitio a cielo abierto de Aguazuque (Correal, 1990), en la sabana de Bogotá, constituyeron contextos arqueológicos que aportaron nuevos datos a la discusión sobre la relación entre características ambientales y el tránsito a nuevas formas adaptativas en las poblaciones más tempranas conocidas hasta el momento en el territorio nacional. Así, en palabras de Gómez (2011),
la antropología biológica adquiere durante las décadas de los 70 y 80 una perspectiva multidisciplinaria con claros intereses hacia las dinámicas adaptativas y evolutivas de las poblaciones humanas, y un grado de profundidad temporal, dado por las investigaciones con restos óseos humanos provenientes de excavaciones (p. 193).
Como parte central de estos cuestionamientos adaptativos sobre las poblaciones, y enmarcados esencialmente bajo la teoría de la ecología humana [7] , los análisis de restos faunísticos y arqueobotánicos se convirtieron en factores fundamentales para comprender la adaptación de los grupos prehispánicos a diversos ambientes y el aprovechamiento de diferentes recursos como parte de la dieta, asociándolos posteriormente a los indicadores óseos de estrés, a la aparición o ausencia de determinadas patologías, a la actividad física y al impacto de la presión ambiental ejercida en los individuos. Desde la óptica de la ecología humana, se asumió que la “salud y enfermedad son medidas para comprobar la efectividad con que los grupos humanos combinan recursos biológicos y culturales para adaptarse a sus ambientes” (Lieben, 1973, p. 1031).
Si bien el alimento es fundamental para el ser humano dado que proporciona los nutrientes necesarios para el crecimiento, el desarrollo y otros procesos fisiológicos (Larsen, 2001a), desde el punto de vista arqueológico y bioarqueológico debe entenderse a partir de varias perspectivas. La primera tiene que ver con la apropiación de recursos y la forma como estos son transformados para el consumo humano, comprendiendo así mismo que los patrones de producción y consumo de alimentos implican múltiples esferas, tales como la ideológica, la religiosa y la política, o cómo el acceso diferencial estuvo ligado al estatus de los individuos (Goody, 1995; Messer, 1995). Una segunda perspectiva refiere a los espacios de vida doméstica/áreas de actividad donde se materializan los sistemas alimentarios, sin que esto implique dejar de lado que el hecho alimentario no se restringe al lugar de preparación/consumo/descarte de desechos (Jaramillo, 2012). La tercera perspectiva corresponde a la respuesta que presenta el organismo ante diferentes fenómenos de carencia o consumo excesivo y a los problemas derivados del estrés [8] , las influencias ambientales y el modo y el estilo de vida de los individuos en un grupo social (Huss-Ashmore, Goodman y Armelagos, 1982; Klaus, 2014, entre otros).
Dentro de estas nuevas perspectivas, entre la década de los ochenta y la década de los noventa en el país, como componente fundamental de la cultura, el estudio de la dieta se vuelve fundamental porque permite abordar las estrategias de subsistencia, los tipos de alimentos consumidos, el desarrollo económico, las redes comerciales, los flujos migratorios, la adaptación a cambios climáticos y medioambientales y su relación con variables culturales (estatus o jerarquía social) y demográficas (el sexo y la edad). De igual modo se empieza a establecer la relación con diferentes enfermedades asociadas a la nutrición, crecimiento y desarrollo (Lanata, Martino, Osellac y García-Herbstd, 2008). Este interés conceptual y la integración de diferentes técnicas y metodologías multidisciplinares a los estudios de series óseas arqueológicas configuraron el panorama de la bioarqueología colombiana en los años ochenta, la cual se centró en entender la transición entre sociedades de cazadores-recolectores a grupos sedentarios-agrícolas y cómo la adaptabilidad a diversos ambientes y la introducción de la agricultura tuvieron efecto en la adquisición y el consumo de alimentos para la subsistencia, además de las repercusiones de estos cambios socioambientales en el estado de salud de los individuos y las comunidades.
A partir de la década de los noventa, las investigaciones relacionadas con el estudio de la dieta e interpretación de los hábitos alimenticios de las sociedades prehispánicas en Colombia siguieron con el mismo enfoque teórico de la década anterior, centrándose en las siguientes aproximaciones metodológicas: a) el análisis de artefactos líticos usados para la producción, obtención y modificación de los alimentos (Ardila, 1984; Correal, 1990; Correal y Pinto, 1983; Gnecco, 1994; 1997; 2000; Gnecco y Salgado 1989; López, 1989; 1994; 1999; Oyuela-Caycedo, 1996; Salgado, 1989); b) el estudio de macro y microrrestos botánicos (Aceituno y Lalinde, 2011; Aceituno y Loaiza, 2014; Cavelier, Rodríguez, Herrar, Morcote y Mora, 1995; Gnecco y Mora, 1997; Mora, Herrera, Cavelier y Rodríguez, 1991; Morcote, 2008; Morcote y Cavelier, 1999; Posada, 2014); c) el estudio de restos de fauna (Correal, 1981a; 1981b; Enciso, 1996; 1993; Peña, 2013; Ramos, 2002; Ramos y Archila, 2008); d) el análisis químico en muestras cerámicas asociadas a contextos domésticos (unidades de vivienda) (Galindo, Castro y Henderson, 2013); e) el análisis de polen y paleosuelos (Andrade, 1986; Cavelier, Mora y Herrera, 1990; Eden, Bray, Herrera y McEwan, 1984; Herrera, 1981; 1985); f) el análisis de restos óseos humanos, particularmente a través del estudio de los patrones de micro y macrodesgaste dental usando una perspectiva morfofuncional (Rodríguez, 2009; 2013) y de los fitolitos presentes en el cálculo dental (Gil, 2011; Parra, 2001), y g) el análisis de isótopos estables [9] (Aristizábal, 2016; Cadena, 2010; Cárdenas, 1995; 1996; 1998; 2002; Castillo, 1998; Delgado Burbano, 2007; Delgado, Langebaek, Aristizábal, Tykot y Johnson, 2014; Osorio, 2012; Van der Hammen, Correal y Van Klinken, 1990).
En lo que respecta a las aproximaciones sobre el poblamiento temprano y la dispersión de los grupos humanos en el norte de Suramérica y sus estrategias de subsistencia, por décadas se asumió que las poblaciones de finales del Pleistoceno y del Holoceno temprano correspondían a grupos altamente móviles, con un estilo de vida basado en la caza y recolección como una forma económica previa a los grupos agrícolas, quienes eran transformadores activos de los ecosistemas (Delgado Burbano, 2017). No obstante, recientes avances han brindado un panorama distinto, sugiriendo que estos grupos ya estaban impactando y alterando el ecosistema desde finales del Pleistoceno mediante diferentes prácticas de manipulación de recursos para aumentar su productividad (Aceituno, 2001a; 2001b; 2002; Castillo y Aceituno, 2000; 2006; Gnecco y Aceituno, 2004; Gnecco y Mora, 1997; Gnecco y Salgado, 1989; López, 1999; Mora y Gnecco, 2002; Santos, Monsalve y Correa, 2014).
Al respecto, Aceituno, Loaiza, Delgado-Burbano y Barrientos (2013) hacen un valioso aporte al presentar una revisión general de los datos paleoambientales y arqueológicos relacionados con la transición Pleistoceno-Holoceno y con el periodo paleoindio (temporalidad) del norte de Suramérica, enfocándose esencialmente en el estado del conocimiento actual sobre las estrategias adaptativas de los primeros grupos de cazadores recolectores del territorio colombiano. El análisis combinado de la localización geográfica de los sitios arqueológicos tempranos reportados en cinco regiones ―cuenca media del río Cauca, cuenca del Magdalena, cuenca del río Calima, Porce medio y sabana de Bogotá―, de las fechas de radiocarbono y de las características de los conjuntos líticos les permite inferir que la diversidad en la tradición lítica puede ser el resultado de estrategias de adaptación alternas que buscan hacer frente a las condiciones cambiantes de la transición entre el Pleistoceno-Holoceno, o que dicha variabilidad estaría relacionada con el encuentro en un corto periodo de tiempo de diferentes poblaciones que ingresaron a Suramérica, lo cual difiere del modelo clásico de poblamiento temprano por un único stock poblacional o grupo fundador (Rodríguez Cuenca, 1999; 2001; 2007; Rodríguez Cuenca y Vargas, 2010).
Adicionalmente, Aceituno et al. (2013) arguyen la posibilidad de una expansión territorial en los valles subandinos del norte de los Andes y la aparición de estrategias de adaptación innovadoras que coincidiría con el aumento de los bosques tropicales, resaltando el hecho de la alteración de los ecosistemas locales y el valor de las plantas en las estrategias de subsistencia de los primeros grupos humanos, como preámbulo del origen del cultivo de plantas.
Las preguntas acerca del poblamiento, la dispersión y las migraciones en el territorio nacional de grupos humanos han sido una constante en la agenda investigativa bioarqueológica. Siguiendo con esta línea, se destacan los trabajos de Delgado Burbano (2012a; 2012b), los cuales, a diferentes escalas de análisis y usando métodos morfométricos, le permiten proponer un modelo para explicar el proceso de poblamiento temprano para Colombia y la sabana de Bogotá, la subsecuente evolución poblacional y la diversidad biocultural a lo largo del Holoceno. El autor asocia la alta divergencia morfológica encontrada entre los grupos de cazadores recolectores y los de agricultores a cambios en la estrategia de subsistencia, mientras que relaciona la relativa homogeneidad morfológica de los grupos agricultores con contactos poblacionales a gran escala, el aumento demográfico y la dispersión de la agricultura.
A escala regional ―para la sabana de Bogotá―, Delgado Burbano (2012b) encuentra un patrón similar que respalda un modelo de discontinuidad poblacional (PDM). Esto deja entrever eventos de extinción/dispersión de la población y la llegada de nuevos grupos del valle medio del Magdalena y sus alrededores, y posteriormente el arribo de nuevas poblaciones con una estrategia de subsistencia asociada a la agricultura. A partir de estos procesos, este investigador rechaza la hipótesis del poblamiento temprano por un único stock o única población fundadora y el modelo de cambio microevolutivo gradual a partir de esta.
Mientras que la información arqueológica disponible ha identificado desde el Holoceno temprano la manipulación de plantas para el caso de la cordillera Central, la costa Caribe colombiana muestra evidencias de un desarrollo temprano en la producción de alimentos (donde el procesamiento de yuca es inferido indirectamente a partir de evidencia lítica y cerámica) y de cerámica, así como de un proceso de sedentarización de los grupos a finales del IV milenio a. C. (Oyuela-Caicedo, 1996; Rodríguez Cuenca, 2011).
Sin embargo, Langebaek (1994) señala que es probable que los grupos no practicaran la agricultura como tal y que, más bien, alimentos como la yuca fueran un complemento a la dieta, basada fundamentalmente en consumo de moluscos (que dio origen a la conformación de concheros), la pesca, la caza y la recolección. Esto sugiere entonces la incorporación de múltiples estrategias de apropiación de diversos recursos, anteriores a la adopción de la agricultura (Langebaek, 2011). De todos modos, aún persiste un vacío en el conocimiento arqueológico relacionado con la importancia de los econichos correspondientes a manglares para la dieta de las poblaciones costeras (Archila, 1993), pero sí se ha inferido desde la óptica epidemiológica que los grupos costeros parecen haber estado más influenciados por parasitosis intestinales, las cuales repercutieron a posteriori en la aparición de cuadros de anemias, caracterizados por presencia esquelética de hiperostosis porótica y criba orbitaria (Correal, 1990; Rodríguez Cuenca, 2011).
Ahora bien, enmarcada en la concepción lo que comemos es lo que somos, se ha ido delineando una relación directa entre los estados de salud y la nutrición en los estudios paleopatológicos [10] para las muestras excavadas en el país (Boada, 1988; Correal, 1996). Ocurre, no obstante, que no todas las patologías tienen una causa directamente asociada con la alimentación, ya sea en exceso o carencial, ni con la nutrición, tanto en estados de malnutrición como de desnutrición. Ya que el sistema esquelético presenta respuestas limitadas ante los agentes estresores que lo afectan, los factores indirectos, tales como la estatura en edad adulta, han sido usados para inferir condiciones de salud en la edad infantil y juvenil en individuos de diversas poblaciones colombianas, lo cual ha permitido suponer acerca de la buena o mala salud de las poblaciones prehispánicas, dejando de lado las discusiones planteadas por la paradoja osteológica (Cárdenas, 1990; Langebaek et al., 2011; Rodríguez Cuenca, 1999). De igual manera, los análisis de patología dental y del sistema masticatorio, respecto a los componentes de la dieta, han tenido un papel importante en la determinación del estado de salud en individuos adultos (Langsjoen, 1998), aislando el sistema masticatorio de la homeostasis del resto de sistemas del cuerpo humano.
El análisis de las patologías dentales, posibles de identificar debido a las buenas características de conservación de las piezas, ha tenido un desarrollo continuo en Colombia en lo que se ha denominado antropología dental. Los estudios sobre crecimiento (maduración dental) y degeneración (desgaste) de los tejidos dentales también son considerados como registros directos de procesos patológicos asociados a las condiciones alimenticias y al desarrollo tecnológico en la preparación de alimentos de los grupos antiguos (Rodríguez, 2005). Los rasgos dentales patológicos asociados indirectamente a la alimentación, tales como presencia de caries, hipoplasias de esmalte, infecciones en el tejido óseo y pérdida ante mortem de piezas, han sido usados como marcadores biológicos para inferir de manera directa las condiciones de salud de las poblaciones, sugiriendo por ejemplo un tipo de dieta alta en hidratos de carbono (otorgada principalmente por el alto consumo de maíz) o periodos de desnutrición durante la infancia (Cárdenas, 2002; Rodríguez Cuenca, 1987; 1999; 2001; 2006; Sotomayor, 2007).
Ahora bien, las características registradas en el material óseo como rasgos patológicos asociados a estados anémicos y a la afectación de enfermedades metabólicas han estado fuera de la discusión bioarqueológica en el contexto colombiano para cualquier enfoque teórico. Esto puede estar relacionado con la poca representatividad de las muestras óseas por la presunción de que las condiciones ambientales y adaptativas otorgadas por las regiones tropicales no permiten que las enfermedades carenciales se produzcan, ya sea por la ubicación del territorio en la zona ecuatorial y la abundancia de frutos ricos en vitaminas, o por las prácticas de producción agrícola de los grupos de montaña en la utilización de diferentes pisos térmicos para acceder a diversidad de alimentos a lo largo de periodos de cosecha, hecho que impediría el padecimiento de periodos de poca producción agrícola y, por ende, habría poca afectación de patologías relacionadas con estados carenciales de alimento (Cárdenas, 1990; Corcione, 2016; Langebaek, 1990).
De forma particular, los indicadores de dieta, salud y demografía para los grupos de cazadores recolectores durante el Holoceno temprano (por lo menos para la sabana de Bogotá) parecen mostrar una tendencia manifestada por una alta expectativa de vida, disposición al desarrollo de enfermedades articulares (EAD), elevada atrición dental, nula o excepcional presencia de caries, así como una baja predominancia de agentes infecciosos. Para esta misma región, las evidencias de la manipulación de plantas y el incremento en el consumo de vegetales en grupos hortícolas comparadas con otras regiones aparecen tardíamente en el registro arqueológico (alrededor del II milenio a. C.), junto con un crecimiento demográfico y el inicio de una vida sedentaria, acompañada de un descenso en la expectativa de vida, mayor mortalidad infantil, aumento de enfermedades bucodentales (defectos del esmalte, caries, etc.) y prevalencia de afecciones infecciosas tales como la treponematosis (Rodríguez Cuenca, 2006).
Con el fin de aproximarse al estado de salud y a los procesos adaptativos de los individuos y las poblaciones a distintos econichos, la bioarqueología hace uso de algunas tendencias teóricas y metodológicas tales como los marcadores óseos de estrés/actividad (Rojas y Dotour, 2014; Rojas y Martín, 2014) y los análisis moleculares . Ejemplo del uso de estas metodologías es el trabajo de Gómez (2012), en el cual, desde una perspectiva a nivel regional, se muestran evidencias de marcadores óseos que relaciona con la transición en los patrones de subsistencia y alimentación, cambios a nivel demográfico y el aumento de relaciones intergrupales, resultado del desarrollo y dispersión de la horticultura durante el Holoceno medio. Los datos obtenidos llevan a la autora a inferir una alta capacidad adaptativa y de aprovechamiento de recursos de los cazadores-recolectores de la sabana de Bogotá, a la vez que reconoce múltiples respuestas a nivel óseo, manifestadas en el aumento de la frecuencia y severidad de algunos marcadores óseos que sirven como indicadores nutricionales (criba orbitaria, la hiperostosis porótica, hipoplasias del esmalte, caries, pérdida de dientes). No obstante, esto no debe entenderse necesariamente como una disminución en la calidad de vida de los individuos a través del tiempo.
En otra aproximación sobre esta misma línea metodológica y desde enfoques bioculturales, Valderrama (2012) reflexiona en su estudio acerca de la división sexual de las actividades físicas empleando la aproximación osteológica conocida como marcadores óseos de actividad (MOA). Uno de los puntos interesantes de este trabajo es la interpretación que hace de la relación entre las evidencias óseas (MOA), el sexo y la diversidad de recursos alimenticios y de materias primas reportadas para el área de estudio. De acuerdo con los resultados, las mujeres tienden a presentar con mayor frecuencia el marcador del tendón de Aquiles y del espolón plantar, por lo cual deduce que posiblemente transitaron por los variados paisajes para recolectar frutas, agua, leña y materias primas y posteriormente realizaron actividades en cuclillas o arrodilladas. En contraste, para el caso de los hombres, encuentra evidencias del desarrollo del músculo deltoides, asociado con actividades de carga y lanzamientos. A partir de estos hallazgos se colige la importancia de vincular este tipo de aproximaciones al conocimiento respecto a los patrones de movilidad (desde el punto de vista biomecánico) y diferentes actividades físicas (labores domésticas, por ejemplo) en los variados nichos del territorio nacional.
El moderno desarrollo de la biología molecular y la era genómica están desempeñando un papel cada vez más importante en la investigación arqueológica, proporcionando nuevas líneas de evidencia para una serie de cuestionamientos centrales de la bioarqueología, ya sea desde enfoques evolutivos del desarrollo de la enfermedad o desde enfoques bioculturales que vinculen, entre otros, organización social, adaptabilidad y medio ambiente y demás. Esto ha propiciado el surgimiento y desarrollo de la llamada bioarqueología molecular, definida como la disciplina encargada de analizar, a partir de métodos físico-químicos, la composición molecular de muestras antiguas de plantas, animales, seres humanos y agentes infectivos patógenos, haciendo especial énfasis en isótopos estables, residuos de lípidos, proteínas, oligoelementos y ADN antiguo (ADNa) (Rodríguez Saza, 2003).
La técnica de análisis de isótopos estables ofrece valiosa información sobre los patrones de dieta en las poblaciones prehispánicas y tiene una cierta tradición en el ámbito colombiano (Aristizábal, 2015; Cadena, 2010; Cárdenas, 1993; 1996; 2002; Castillo 1998; Delgado Burbano, 2018; Osorio, 2012; Van der Hammen, Correal y Van Klinken, 1990). En esta se estudian principalmente los isótopos estables 13C/12C, 15N/14N y 34S/32S para inferir el consumo de determinados grupos de plantas. En el caso del nitrógeno (d15N), se obtienen evidencias el tipo de ingesta animal y de leguminosas, mientras que el azufre (d34S), presente en los suelos, se utiliza como indicador de procedencia y movilidad de los individuos en el pasado (Osorio, 2012).
Un amplio estudio a escala regional y temporal realizado por Cárdenas (2002) ofrece una amplia discusión acerca de la evidencia en el cambio de estrategias de subsistencia en la sabana de Bogotá, argumentando a partir del análisis de isótopos estables que los grupos de cazadores-recolectores del Holoceno medio y tardío basaron su subsistencia en la recolección de plantas silvestres por encima del consumo de carne derivada de la cacería. Este comportamiento fue transformándose hacia una dieta mixta en las sociedades agrícolas, en la cual prevalecieron la proteína tanto animal como vegetal y alimentos altamente procesados en forma de harinas y frutos silvestres.
Cabe destacar asimismo la investigación de Delgado Burbano et al. (2014), quienes ampliaron el panorama de la alimentación y subsistencia de los grupos muiscas durante el periodo tardío planteando interrogantes relacionados especialmente con la variación de la dieta según el estatus social. En este estudio los resultados indican gran diferencia entre los grupos de edad más que entre grupos sociales; por otra parte, las variaciones entre sexos demostraron que los individuos masculinos parecían tener un mayor consumo de maíz y productos derivados de este, hecho que sería congruente con los resultados encontrados para otras poblaciones muiscas, en las que el consumo de maíz y productos derivados (en forma de chicha) y una mayor ingesta de proteína se encuentran en el grupo masculino.
Para la población de Tibanica, objeto del estudio de Delgado Burbano et al. (2014), la idea de una población desnutrida parece no tener asidero; más bien, los resultados de los análisis isotópicos muestran un grupo con una dieta relativamente homogénea. No obstante, parece ser que, aunque los individuos comían lo mismo, lo hacían en proporciones diferentes. Así, los individuos catalogados como de élite parecen haber tenido mayor acceso a carne de herbívoros, como los venados, que el resto de la población (Aristizábal, 2015). Adicionalmente, la incidencia de patologías como la hiperostosis porótica y la criba orbitaria parece no tener mayor diferencia entre la élite y la no élite; la hipoplasia del esmalte es la única variable que presenta variaciones significativas, que bien pueden estar relacionadas con una mejor protección durante los periodos de crisis (Langebaek et al., 2015).
En el estudio de sociedades jerarquizadas, como por ejemplo los muiscas, pensar el hecho alimentario más allá de la subsistencia y plantear el uso de las unidades domésticas/áreas de actividades como correlatos básicos para entender el fenómeno alimentario (Jaramillo, 2012) conlleva, en términos teórico-metodológicos, un avance importante que tendrá en el contexto colombiano grandes implicaciones, especialmente en los estudios bioarqueológicos y moleculares, relacionados con la apropiación de recursos, salud, dieta y nutrición. En este sentido, Galindo et al. (2003), usando muestras de material cerámico del periodo temprano y tardío de la población muisca de Sutamarchán (Boyacá), efectuaron la extracción química de ácidos grasos contenidos en el interior de la matriz arcillosa y, posteriormente, los indentificaron a través de cromatografía de gases/espectrometría de masa. De este modo pudieron plantear inferencias respecto a los posibles alimentos que fueron seleccionados por la población prehispánica como parte de su dieta en cada uno de estos periodos.
Para el estudio de sociedades agroalfareras, la estrategia de análisis de fragmentos cerámicos o vasijas completas (desde el punto de vista clásico de la forma y función), recuperados de unidades domésticas, ha permitido aproximarse a la distinción de los tipos de cerámica que eran usualmente usados por las poblaciones prehispánicas en el procesamiento, la cocción o el almacenamiento de un determinado alimento o sus derivados. No obstante, la incorporación en este tipo de estudios arqueológicos de análisis isotópicos del carbono de los lípidos (δ13C) [11] , presente en huesos humanos y animales (Colonese et al., 2015; Evershed, Turner, Hedges, Tuross y Leyden, 1995; Makarewikcz y Sealy, 2015 ), así como de un riguroso estudio tafonómico, resultaría una aproximación útil que permitiría identificar la presencia de ácidos grasos esenciales de la dieta directamente del hueso y compararlos con los resultados del perfil de ácidos grasos del material cerámico.
Desde el punto de vista de las aplicaciones moleculares, otra aproximación importante de los biomarcadores lipídicos ha sido la diagnosis de la tuberculosis y la lepra en casos arqueológicos. Aunque el análisis genético proporciona las pruebas necesarias para la detección de la presencia de Mycobacterium tuberculosis, microorganismo causante de la tuberculosis, en especímenes muy degradados, la preservación bioquímica del ADN no es la óptima. El M. tuberculosis se caracteriza por la presencia inusual de lípidos en la membrana celular, lo que le confiere un alto potencial como biomarcador específico. Así, el uso de marcadores moleculares en la discusión de la prevalencia de determinados agentes infecciosos tales como la treponematosis (agente de la sífilis y/o yaws) y la tuberculosis se ha hecho en varios sentidos: verificar la presencia de un determinado agente infectivo a nivel individual y/o poblacional, validar el diagnóstico paleopatológico hecho a nivel macroscópico [12] , y aportar en la discusión epidemiológica sobre la evolución y distribución del patógeno alrededor del mundo y a lo largo del tiempo.
La transición epidemiológica entre grupos con diferentes estrategias de subsistencia ha sido un tema de amplio debate en la bioarqueología colombiana (Rodríguez Cuenca, 2006; 2011). En este sentido, se ha aducido mayor presencia de infecciones treponematósicas (sífilis) en cazadores-recolectores, en contraste con la mayor incidencia de tuberculosis para poblaciones sedentarias y agrícolas. Hoy en día, además, la bioarqueología molecular ha aportado datos interesantes acerca de la coevolución de los agentes patógenos a través de la secuenciación de amplias secciones del genoma de diferentes microorganismos y de su análisis filogenético y filogeográfico, para evaluar la virulencia ―así como la prevalencia― de la enfermedad en el tiempo.
Los estudios moleculares ―y particularmente en ADN antiguo [13] ― en Colombia han avanzado notablemente en los últimos años (Alape, 1998; Barreto et al., 2007; Casas et al., 2011; Díaz, 2015; Fernández, 1999; Guhl y Cárdenas, 1995; Langebaek, Gómez, Groot, Pérez y Rodríguez, 2012; Monsalve, 1996; Pérez, 2016; Puerto, Cortina y Rey 2010; Rincón, 2000; Rodríguez Saza, 2003; Silva et al., 2008, entre otros), centrándose en el análisis de restos humanos óseos y momificados con el fin de ahondar en la discusión sobre poblamiento, dispersión y relaciones de parentesco desde enfoques ecológicos, evolutivos y bioculturales. Dichos avances han dejado entrever una amplia diversidad genética aún desde periodos muy tempranos y han sido esenciales en la identificación de patógenos.
Para poner un ejemplo, uno de los trabajos pioneros en Colombia en la materia corresponde al de Burgos, Correal y Arregoces (1994), quienes a través de técnicas inmunológicas de anticuerpos fluorescentes antitreponema con suero absorbido (FTA-ABS) confirmaron la presencia de treponematosis en restos óseos colectados del sitio Aguazuque, con una antigüedad de 5.000 años antes del presente (precerámico). Este análisis se convirtió en la primera demostración de infección por Treponema pallidum efectuada en restos óseos tan antiguos en Colombia. Por su parte, Sotomayor, Burgos y Arango (2004) describen los resultados positivos en el estudio de genes de la fracción 16S del ribosoma en una momia de filiación cultural guane que mostraba una clara evidencia de tuberculosis vertebral responsable de la presencia de una cifosis angular o mal de Pott, lesión característica en los individuos con tuberculosis vertebral.
Hasta la fecha, nuevas preguntas se abren paso en el país en materia investigativa, lo que abre un panorama de inflexión para el conocimiento de las poblaciones del pasado. Las técnicas moleculares, entre otras técnicas y metodologías multidisciplinarias, ofrecen nuevas rutas para las inferencias sobre la subsistencia, la dieta y el binomio salud-enfermedad de los pobladores que habitaron el territorio nacional.
Conclusiones
Los materiales óseos, los dientes y los individuos momificados constituyen bibliotecas morfológicas y moleculares a través de las cuales se puede llegar a un acercamiento cada vez más profundo de la calidad de vida de las poblaciones en el pasado desde enfoques evolutivos, ecológicos y bioculturales. Desde la década de los sesenta se ha avanzado ampliamente en este aspecto dentro de la arqueología colombiana; sin embargo, sigue siendo una tarea pendiente examinar críticamente los presupuestos teóricos y las inferencias alcanzadas hasta el momento en cuanto a la calidad y profundidad de la información bioarqueológica obtenida y usada como parte de los esquemas de desarrollo sociocultural que conocemos en la actualidad respecto a la relación entre las estrategias de subsistencia, la dieta y el estado de salud-enfermedad de las poblaciones prehispánicas.
Estos presupuestos teóricos han quedado supeditados por el asombro de la sofisticación de las nuevas técnicas que se aplican a la diversidad de la materialidad. En este sentido, las perspectivas teóricas ―tendientes a problematizar la dicotomía continuidad-discontinuidad de las poblaciones, rutas migratorias, adaptación al medio, cambios culturales y condiciones de vida, y relaciones bioculturales entre organización social y estados de salud-enfermedad― y los nuevos métodos de investigación han entrado en una disputa para la solución de los viejos paradigmas. Los resultados de esta discusión han permitido en algunos casos y en ciertas regiones del país reinterpretar nuevas preguntas que han permitido, en el nuevo siglo, una mayor integración y aplicación de líneas investigativas.
Sin ser una revisión exhaustiva, los ejemplos descritos a lo largo del texto, a escalas macrorregional, regional, local e individual, son prueba de que los arqueólogos colombianos están interesados cada día más en la formulación de preguntas más refinadas sobre el contexto biocultural, evolutivo y ecológico. Nuevos datos sobre la alteración de los ecosistemas por parte de los pobladores tempranos del territorio colombiano; la alta divergencia morfológica en los grupos de cazadores recolectores, seguida de una relativa homogeneidad morfológica de los grupos agricultores; múltiples evidencias a nivel óseo (huellas de actividades físicas y procesos nutricionales producto de los cambios en las estrategias de subsistencia y en la incorporación de una nueva dieta); la identificación bioquímica del tipo de alimentos consumidos; la relación entre el fenómeno alimentario, las unidades de vivienda y los correlatos bioarqueológicos y, finalmente, el uso de marcadores moleculares tanto para estudios poblacionales como para la identificación de determinados agentes infectivos patógenos constituyen solo algunas de las tendencias investigativas en desarrollo por los arqueólogos en el contexto colombiano.
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Notas