La
idea de América en el Club Palósfilo¹
The idea
of América at the Club Palósfilo
Ph.D. Historia.
Profesora titular de Historia de América.
Departamento de
Historia. Facultad de Geografía e Historia.
Universidad de
Santiago de Compostela. España.
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-9870-7543
Ph.D. Historia.
Profesora titular de Historia de América.
Departamento de
Historia, Geografía y Antropología.
Facultad de
Humanidades. Universidad de Huelva. España.
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-0354-3970
El
Club Palósfilo, que surgió a comienzos del siglo XX en la localidad onubense de
Palos de la Frontera, ejemplifica el rumbo que durante las primeras décadas del
siglo XX irían tomando algunas asociaciones españolas nacidas al calor del
regeneracionismo hispanoamericanista. Mediante la exaltación de valores locales
y a través de la forja de diferentes tipos de redes, pretendió realizar su
particular contribución a la idea simbólica de América. Para ello, concibió
proyectos que, a pesar de su escaso grado de éxito, fueron interpretados por
sus integrantes como el precedente de otros que, reformulados, llegarían a ver
la luz en el tránsito a las tesis de la hispanidad más conservadora de la
década de los veinte.
Palabras clave: Club Palósfilo, hispanoamericanismo; redes; memoria;
discurso.
Abstract
Founded in the early 20th
century in Palos de la Frontera (Huelva), the Club Palósfilo exemplifies the
path taken by many Spanish associations during the first decades of the 20th
century, created in the heat of Hispano-American regenerationism. By exalting
local values and forging diverse networks, it attempted to make its own
contribution to the symbolic idea of America. With this aim, it began projects
that, despite their relative lack of success, were interpreted by its members
as a precedent for others which, after being reformulated, would come to
fruition in the 1920s in the context of a transition towards more conservative
theories of Hispanism.
Keywords: Club Palósfilo; Hispano-Americanism; networks; memory;
discourse.
Tipología: Artículo de
investigación
Recibido: 18/02/2018
Evaluado: 04/03/2018
Aceptado: 12/04/2018
Disponible en línea: 00/00/2018
Como citar este artículo: Cagiao-Vila, P. y Márquez-Macías, R. (2018). La idea de
América en el Club Palósfilo. Jangwa
Pana, 17 (3), XX-XX. Doi: http://dx.doi.org/10.21676/16574923.2488
Introducción
El Club Palósfilo, como su
nombre indica, surgió de una iniciativa local en la población onubense de Palos
de la Frontera. Prácticamente ignorado por la comunidad académica que desde
diferentes perspectivas ha investigado el asociacionismo americanista surgido
en España entre fines del siglo XIX y principios del XX , pese a su modestia
respecto de otras entidades, traduce un tipo de iniciativa procedente de la
sociedad civil que resulta útil para ejemplificar el rumbo que desde entonces
irían tomando algunas de las variantes del americanismo peninsular. Tomando en
cuenta sus componentes humanos e ideológicos bifurcados inicialmente entre
Andalucía y América, y posteriormente extendidos en otras direcciones, el Club
Palósfilo pretendió realizar su propia contribución al acrecentamiento de las
relaciones con la otra orilla del Atlántico. Para ello concibió proyectos que,
más allá de su grado de éxito, constituyeron oportunidades para generar
dinámicas de actuación que excedieron el marco geográfico de su lugar de origen
a través de la forja de redes de diferente cariz que, sin embargo, tendían
hacia unos mismos objetivos. Por un lado, las de matriz local que, a mayores de
aspirar al desarrollo y modernización de sus propios ámbitos, pretendían
también, mediante la exaltación de la “patria chica”, aportar sus valores a la
patria con mayúscula. Por otro, las tejidas por descendientes de españoles que
en su día habían emigrado a América y quienes con el regreso a las raíces
buscaban el refuerzo de su propia identidad escindida entre España y los países
de aquel continente.
Nuestra investigación, en el
marco de otra más amplia, parte de fuentes primarias en su mayoría inéditas
procedentes de diferentes repositorios españoles. Además, la prensa, sobre todo
de la de origen local, que aquí adquiere un especial valor por traducir los
ambientes y el sentir de las élites en las que el Club Palósfilo fue gestado,
constituye otro de los pilares documentales sobre los que se sustenta este
trabajo.
Los precedentes
En
otra contribución anterior (Márquez y Cagiao, 2015) ya tuvimos oportunidad de
señalar que precisamente por su localización geográfica, los orígenes del Club
Palósfilo hunden sus raíces en los fastos del IV Centenario celebrados en
Huelva en los que la villa de Palos alcanzó un inusitado protagonismo. La idea
impulsada por el historiador Cesáreo Fernández Duro de que Martín Alonso
Pinzón, oriundo de Palos, fuese homenajeado en los mismos términos que Colón, y
de que algunos de los eventos tuvieran lugar en su territorio municipal, permitió
que en 1892 la Villa viviese un breve pero intenso momento estelar. Sin
embargo, a pesar de la convicción de que aquellos actos conmemorativos habrían
de sentar un precedente prometedor para el futuro desenvolvimiento económico,
de ellos sólo quedaron nostálgicos recuerdos y una placa conmemorativa sobre el
muro de la iglesia parroquial. De hecho, sólo dos años después de los fastos,
su situación había llegado a tal punto que, irónicamente, la prensa comentaba
que pronto se habría de ver “a los descendientes de los Pinzones, Yáñez y
Bermúdez Quintero con la misma ropa y el mismo ajuar que sus antepasados
encontraron en las habitaciones de Guanahaní” (Gelí, 18/20 agosto 1894). Poco
más adelante, al comenzar el siglo, la guía Baedecker calificaba la Villa como
“aujord´hui insignifiant”, lo que revelaba sin duda un panorama absolutamente
desolador. Muy lejos quedaban ya los días del IV Centenario en los que se había
creído que los valores históricos con los que Palos contaba por su relación con
el descubrimiento de América perdurarían en el tiempo y servirían de acicate
para su progreso. Y aún habrían de pasar varios años para que, a través de la
creación del Club Palósfilo, los descendientes del modesto alcalde de 1892 se
reclamasen como herederos de las aspiraciones de entonces para definitivamente
“hacer historia”.
Sin
embargo, el impulso para su actuación provino de fuera y llegó de la mano del
argentino, hijo de españoles, Enrique Martínez Ituño, a quien hay que
considerar el verdadero mentor de esta peculiar asociación americanista. Como
cónsul del país austral acreditado en Málaga, Martínez Ituño había recibido del
titular de Relaciones Exteriores de la Argentina, el jurista e intelectual
Estanislao Zeballos, la orden de trasladarse a Palos en el verano de 1907 con
el fin de encargar una serie de pinturas que evocasen los lugares colombinos
para ser enviadas a Buenos Aires (El Heraldo Militar, 25 marzo 1913). La
petición de Zeballos, en sintonía con su siempre ambigua evolución ideológica
que a esa altura se manifestaba proclive al retorno a las raíces españolas, fue
ejecutada por el cónsul argentino quien, acompañado del paisajista José
Gartner, pudo observar el estado de decadencia en que se encontraba la Villa.
Allí también conoció las actividades que en relación con América venía llevando
a cabo desde su fundación en 1880 la Sociedad Colombina Onubense (Márquez,
1988, 2011 y 2014; Núñez, 2014; Segovia, 1992), limitadas a una peregrinación a
La Rábida el 3 de agosto y que, tras el impasse sufrido por esta entidad tras
los acontecimientos derivados de la guerra de Cuba, habían sido recientemente
recuperadas.
Martínez
Ituño diseñó un proyecto que, de tener éxito, además de contribuir a la
promoción de Palos, perseguía también el objetivo de intensificar las
relaciones con América, cuestión en la que, por razón de su cargo, algo podía
hacer. Se movió primero en su terreno utilizando su propia red de contactos
integrada por sus colegas del cuerpo consular acreditado en Málaga con los que
coincidía además en sus aficiones náuticas. Y, así surgió la idea de celebrar
una regata organizada por el Real Club Mediterráneo de esta ciudad que,
emulando el primer viaje de Colón, el 3 de agosto de 1908 partiría desde el
puerto de Palos hacia Canarias. La iniciativa fue trasladada por el regidor
Palermo a los gobiernos y clubes náuticos americanos y, desde diversas
instancias, comenzaron a recibirse adhesiones procedentes de varios países.
El
ayuntamiento de La Habana recogió inmediatamente la propuesta y acordó designar
tres concejales para que se ocupasen del asunto, y aunque hubo algunas
disensiones con el gobierno de la nación, Cuba parecía estar dispuesta a
participar (El Progreso, 12 marzo 1908). Por su parte, los clubes náuticos de
Río de Janeiro, también trasladaron su intención de concurrir. Lo mismo
comunicaba desde Caracas el periodista Emilio Franklin en nombre del club
náutico que él mismo acababa de fundar en el puerto de La Guaira (La Provincia,
22 mayo 1908) Un par de meses atrás, y como corresponsal de varios periódicos
venezolanos, Franklin había visitado Palos y reunido con su alcalde con motivo
de la reunión del 3 de agosto. Muy posiblemente la entrevista fue propiciada
por la amistad de su suegro, Francisco Antonio Rísquez Alfonso —eminente médico
venezolano que llegó a España en 1901 para ocupar el consulado general de su
país en Madrid— con el cónsul argentino en Málaga, Enrique Martínez Ituño, al
que habría conocido durante el tiempo en el que el primero estuvo dedicado a la
fundación de Liga Antituberculosa de esta ciudad.
Por
diferentes razones y pese al entusiasmo suscitado, la regata no llegó a
celebrarse. No obstante, ese 3 de agosto de 1908, en una reunión convocada por
el alcalde de Palos se redactó un acta conmemorativa del 416 aniversario de la
partida hacia América de la flota descubridora, en la que se hacía especial
mención a los Pinzones, que fue suscrita por las autoridades de Palos,
emparentadas en su mayoría con quien había sido el alcalde de la Villa en 1892,
Juan Manuel Prieto. Estampó también su firma el cura Manuel García Viejo, cuya
actuación en el IV Centenario como integrante de la ejecutiva local onubense
había dado mucho que hablar. De hecho, fue el mentor de una de las muchas ideas
que finalmente no llegaron a realizarse. Se trataba de la coronación de la
Virgen de la Rábida que, sacada en procesión en la popa de la réplica de la
Santa María, iría seguida de los obispos de España y América más toda una
parafernalia de marchas reales, himnos religiosos, salvas y salves. “Esta especie
de peregrinación acuática”, como él mismo denominó (Recuerdo del IV Centenario.
El 12 de Octubre, 1892, p.22) , fue una de las muchas ocurrencias de Manuel
García Viejo que serían sólo el prolegómeno de otras aún más descabelladas que
plantearía más adelante cuando se retirase en Palos e integrase el futuro Club
Palósfilo, cuyo origen estuvo precisamente en esta reunión del 3 de agosto de
1908. A la misma también concurrieron algunos de los cónsules americanos que
tenían mayor relación con Enrique Martínez Ituño. Entre otros, Ricardo Gómez
Carrillo que, aunque era cónsul general de Guatemala en Barcelona desde 1907,
pasaba largas temporadas en esa ciudad andaluza, e Isaac Arias Argáez, que
ejercía allí como cónsul de Colombia desde 1894. El “chato Arias”, como le
apodaba Rubén Darío, quien lo conoció cuando ambos embarcaron juntos en el
puerto panameño de Colón para viajar a España como delegados de sus respectivos
países a los actos del IV Centenario, ya era desde su colaboración en la Guía
Colombina (Jorreto-Paniagua y Martínez-Sanz, 1892) un entusiasta ferviente del
fomento de las relaciones entre España y América. Este “bogotano delicioso,
ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos”, como lo definió
el poeta nicaragüense en su obra autobiográfica (Darío, 2007, p. 102), médico
de profesión, trabó en Málaga una gran amistad con su homólogo argentino con el
que colaboraría durante muchos años. La firma de Martínez Ituño, por supuesto,
también aparecía en el Acta del 3 de agosto, cuya redacción sin duda inspiró
basándose, para su conclusión, en una adaptación del último verso del
estribillo del himno argentino: “¡al pueblo de Palos, Salud!” .
Esta
reunión y el acta suscrita, que evocaba lugares y personajes de trascendencia
histórica en clave local al tiempo que apelaba directamente al concurso de los
países, constituirían el germen del ideario del Club Palósfilo. Por otro lado,
en ese agosto de 1908 se produjo otro hecho que contribuyó a aumentar el
ambiente americanista existente. Abordada en otro trabajo anterior (Cagiao y
Márquez, 2012, p. 379-382), la visita realizada a Palos por el periodista
argentino Ernesto Mario Barreda, entre otras consecuencias, se tradujo en un
amplio artículo sobre su viaje que aparecería en el semanario porteño Caras y
Caretas donde aludía a Palos como “la Jerusalén de los americanos”. Tal
calificación comenzaba además con este llamamiento: “¡Os ruego que calléis un
momento porque voy a hablar del puerto de Palos…!”, inspirado, sin duda, en el
poema de Campoamor dedicado a Colón y publicado varias veces con motivo del IV
Centenario. El compuesto por Barreda sería años después recitado por los niños
en las escuelas de Palos cada 3 de agosto. Mencionaba también el argentino a su
paisano el cónsul Martínez Ituño, al que no llegó a conocer (Barreda, 1908) con
quien años después mantendría una asidua relación epistolar que convertiría a
Barreda en un militante palósfilo sumamente activo en Buenos Aires.
Los lugares de la memoria
Las
iniciativas señaladas anteriormente sirvieron de precedente del que sería el
principal proyecto del Club Palósfilo surgido incluso antes de su constitución
formal que realmente no tendría lugar hasta el 15 de marzo de 1909
coincidiendo, por expreso deseo de Enrique Martínez Itúño, con la inauguración
de la casa —Villa Argentina— que construyó en Palos. Se trataba ahora de trazar
una avenida desde la Villa hasta La Rábida que se denominaría Calle de las
Naciones y Colonias Americanas y estaría flanqueada por pabellones edificados
por los distintos países en los que se expondrían sus productos e industrias.
Fue oficialmente presentado por su alcalde el 12 de octubre de 1908 pero la
idea partía, una vez más, del cónsul argentino en Málaga Enrique Martínez Ituño
.
Pronto
surgieron algunas reacciones en contra del proyecto de la Calle de las Naciones
tanto desde el americanismo formal existente en Huelva —la Sociedad Colombina
Onubense— que sentía mermado su tradicional protagonismo en estas lides, como
desde el madrileño —la Unión Iberoamericana— que desde tiempo atrás acariciaba
una idea similar (Aguilera, 1904) . Sin embargo, Manuel de Burgos y Mazo,
diputado conservador por Huelva bajo cuya influencia se encontraba el
ayuntamiento palermo y que también había suscrito el Acta de 3 de agosto, lo
trasladó a las Cortes donde pronunció un entusiasta alegato en pro de la
iniciativa. Utilizando una oratoria grandilocuente encarada a despertar
sentimientos patrióticos y afirmando que “no se han cerrado las puertas de la
gloria para la raza hispana, ni terminado su influencia en el curso de los
destinos de la humanidad”, solicitó que el ministro de Estado la transmitiese a
los gobiernos americanos para que fuese atendida “con aquel cariño que todos
debemos a nuestra madre patria y a los que un día fueron hijos nuestros y que
hoy deben ser hermanos queridos [...] para marchar juntos en el curso de los
destinos que en la Historia, la Providencia ha de reservar todavía a la raza
hispana” (Diario de Huelva, 1908) .
Entre
las primeras adhesiones que durante los meses subsiguientes se recibieron en
Palos desde los países americanos se contaron las de México, Guatemala y
Colombia, Chile, República Dominicana, Ecuador y Uruguay. El papel de los
cónsules acreditados en España, particularmente de los que operaban en Málaga o
tenían contacto directo con Martínez Ituño, fue determinante como para que en
algunos casos fuesen los propios presidentes de las repúblicas los que
directamente tomasen el tema de su mano. Porfirio Díaz, Manuel Estrada Cabrera
o Rafael Reyes, por ejemplo, establecieron una correspondencia directa con el
alcalde de la Villa. En la Argentina, el ex ministro de Relaciones Exteriores,
Estanislao Zeballos, quien había instado a Enrique Martínez Ituño a visitar los
lugares colombinos y provocado su entusiasmo por Palos, publicitó el proyecto
de la Calle de las Naciones atreviéndose incluso a compararla con la ostentosa
Siegesallee berlinesa que había terminado de construirse en 1901 (Zeballos,
1909). Se asociaba así a la iniciativa y para realzarla añadía a su texto
propagandístico el plano de la obra prevista por el ayuntamiento de Palos. Más
adelante, este croquis, junto con un boceto de uno de los cuadros que Gartner
realizaría por encargo de Zeballos —no por casualidad el titulado Las Carabelas
Santa María, Pinta y Niña— se convertirían en las imágenes que de manera
permanente ilustrarían, como señas de identidad y símbolos de la pretendida
unión del “Viejo y el Nuevo” mundo, los documentos del Club Palósfilo.
No
pasaría mucho tiempo para que al proyecto de la Calle de las Naciones le
surgieran algunos competidores. Este asunto, objeto de análisis detallado por
nuestra parte en otro trabajo mencionado con anterioridad (Cagiao y Márquez,
2012), tuvo que ver con el envío a Buenos Aires de un representante de la
Sociedad Colombina Onubense con la misión de difundir la importancia de los
lugares históricos de Huelva en los festejos del centenario argentino de 1910.
Allí aludió al proyecto de los pabellones americanos presentándolo como
original de esta asociación. La variación más sustancial respecto de la
primigenia idea palósfila de la Calle de las Naciones que pretendía levantar
los pabellones “a lo largo” de la carretera que unía la villa de Palos con el
monasterio, residía en que la entidad onubense situaba las edificaciones
americanas “alrededor de La Rábida”. El asunto de la ubicación, que no era en
absoluto una cuestión menor, volvería a cobrar cierto protagonismo en la
Asamblea de Sociedades y Corporaciones Americanistas que se celebró en Huelva
en 1912. Y de nuevo estallaría la polémica. El Club Palósfilo defendió el
proyecto original de los pabellones “a lo largo” de la carretera de Palos a la
Rábida, tal y como había sido pergeñado en 1908, mientras la Colombina
insistiría, como se había expuesto en Buenos Aires, en que fuesen levantados
“en torno” al convento. Por si fuera poco, todavía habría de intervenir un
empresario natural de la Villa, también miembro de la Sociedad Colombina
Onubense, quien llegaría mucho más allá proponiendo que los pabellones se
situasen “haciendo cuadro, dejando el Monasterio como presidiendo al conjunto
de las Naciones americanas” (La Rábida, 1912, p.27). Esta propuesta con la que
se subrayaba el papel de España en un marco americano contribuyó a aumentar la
confusión ante tal cantidad de variaciones sobre un mismo tema. Pero a pesar
del encendido debate surgido en torno a la cuestión, a nada concreto se llegó.
En
realidad, la cuestión de fondo que subyacía en las discrepancias entre unos y
otros acerca de la potencial ubicación de los pabellones americanos debe ser
interpretada en un doble sentido. Por un lado, en clave de pugna local, y por
otro, aún más importante, de reivindicación de la importancia histórica de los
lugares señalados. Y si para unos el emblemático convento, simbolizando a
España, constituía el elemento fundamental del origen de América, para otros lo
importante era destacar, no solo el papel de Palos, sino también el de las
naciones americanas. A mayores, la cuestión de la ubicación se combinaba con la
del culto a los personajes históricos conformando una especie de religión
cívica. Y si una asociación hacía del 3 de agosto, fecha de la partida de
Colón, el día grande de las festividades colombinas con peregrinación a La
Rábida incluida, la otra optaba por el 15 de marzo, fecha del regreso de la
Pinta y la Niña, como principal evento conmemorativo de tinte “pinzoniano”
digno de ser celebrado en la Villa. En definitiva, elecciones diferentes de
lugares de la memoria, pero en ambos casos decididamente volcadas en una misma
dirección: el establecimiento de mitos en torno al lugar, el acontecimiento y
los héroes a través de una relectura interesada de la historia que en todos los
casos ponía el énfasis en una interpretación de América de matriz netamente
española.
El ritual del Club Palósfilo
El
discurso de colombinos y palósfilos, coincidente en varios aspectos con el del
americanismo del conjunto estatal de ese momento, fue en ocasiones bastante
parecido. En 1910, por ejemplo, durante las fiestas del 3 de agosto las
referencias al centenario argentino fueron constantes y la oratoria muy
similar. En el caso de los actos de la Sociedad Colombina, la intervención de
su presidente en La Rábida estuvo dedicada al “alma inmortal de la Raza” con
alusiones a Rodó, Altamira y Blasco Ibáñez, considerados por entonces como
verdaderos paradigmas del hermanamiento hispanoamericano . Señaló, además, al
histórico convento como “la Jerusalén de los pueblos americanos” glosando la
expresión utilizada en su día por Ernesto Mario Barreda, aunque, en aquel caso,
en referencia a la villa de Palos. Por su parte, el vicesecretario de la Unión
Iberoamericana de Madrid, que asistió al acto como invitado especial, afirmó en
su disertación que había sido en La Rábida donde “surgió el descubrimiento y la
unidad de la patria realizada por los Reyes Católicos y determinó la expansión
de nuestra Raza”. Dicha aseveración equivalía, como bien señala D. Marcilhacy
(2010, p. 476) a vincular los mitos fundadores a la epopeya americana como una
continuidad histórica imprescindible y reveladora del más exaltado
nacionalismo.
Por
su parte, en la celebración palósfila mucho más modesta que tuvo lugar en la
Villa se procedió a descubrir una lápida que reivindicando claramente el
protagonismo local rezaba: “A los Pinzones, codescubridores con Colón del Nuevo
Mundo” (Vida Marítima, 10 octubre 1910). Hubo además discursos del párroco
García Viejo y del cónsul argentino Martínez Ituño que, en su alocución,
erigiéndose según sus palabras en “representante de los nietos de España”,
aludió a su paisano Belisario Roldán quien escaso tiempo atrás había
pronunciado una exitosa conferencia en Madrid a favor del afianzamiento de las
relaciones entre España y Argentina (Cagiao, 2011, p. 27-29). El recuerdo del
verbo encendido de Roldán sirvió a Martínez Ituño para cerrar su discurso al
que puso término proclamando: “Digamos como Pinzón: Avante, avante, avante…”
(La Justicia, 15 agosto 1910)
Bajo
este lema, convertido en un verdadero símbolo para los palósfilos, el Club se
abocó a la tarea de afianzar antiguos proyectos y alumbrar otros nuevos con
auténtico fanatismo. En todos sus documentos, precedidos del epígrafe
EXPOSICIÓN DE PALOS (sic.) como muestra de que toda acción palósfila gravitaba
en la misma dirección, figuraban los versos de J. Fernández Bremón tan
populares durante el IV Centenario (“Génova si te envaneces/con la gloria de
Colón/ considera sin pasión, lo poco que lo mereces/ Su patria no puede ser/la
que en la vida le abandona/Colón, no nació en Saona/ nació en Palos de Moguer”)
que después de haber acompañado la propaganda de las frustradas regatas habían
pasado a formar parte de la batería
retórica que caracterizaría al Club en clave de “nacionalismo local”. La misma
que se aplicaba cada vez que en un acto palósfilo se cantaba el Himno a los
Pinzones compuesto por el cura Manuel García Viejo como ocurrió en el celebrado
el 12 de octubre de 1911, fecha en la que, por cierto, los niños de las
escuelas de la Villa recitaron por primera vez el poema “En el puerto de Palos,
frente al mar”, obra del argentino Ernesto Mario Barreda. En esa misma
oportunidad fue leído un discurso ensalzando la figura de Rodrigo de Triana a
la que, sin solución de continuidad, se sumaba un ensalzamiento a los indios de
Guanahaní... La alocución finalizó en un sentido bastante más práctico,
reclamando para la Villa “medios de comunicación de la vida moderna y el
dragado del cegado puerto de Palos” (Vida Marítima, 10 noviembre 1911) , otra
reivindicación sobre la que insistiría recurrentemente el Club Palósfilo.
Todo
ello constituiría su noveno Memorandum en el que figuraban también las últimas
adhesiones recibidas por parte de Eleodoro Lobos, ministro de agricultura
argentino en el gabinete de Roque Sanz Peña, quien también trasladó sus
parabienes; de Benito Villanueva, presidente del Jockey Club de Buenos Aires;
la de Enrique Deschamps, cónsul general de la República Dominicana en
Barcelona; del periodista y académico bogotano Daniel Arias Argáez, hermano del
cónsul de Colombia en Málaga, motivo por el cual el documento, como otros
posteriores, sería reproducido en el Boletín de Historia y Antigüedades de
Bogotá (1911, p.716-717) . Todas estas se sumaban a las anteriormente enviadas
por otros personajes como el literato argentino descendiente de españoles,
Rafael Padilla Arias, cuya complacencia con las iniciativas promovidas por su
compatriota Martínez Ituño no podía ser mayor después de haber criticado poco
tiempo atrás a los americanos que viviendo en la península nada hacían “para
estrechar los vínculos de la tierra que les vio nacer con la España bendita y
generosa” (Padilla,1908, p.8). También habían manifestado su apoyo a las
iniciativas del Club los directores de diversos medios de prensa americanos y
españoles a los que se encontraba vinculado el cónsul guatemalteco en Barcelona
Ricardo Gómez Carrillo quien había contagiado las ideas del Club al presidente
de su país, Manuel Estrada Cabrera.
Este
ritual ecléctico utilizado por el Club Palósfilo en el que se mezclaban
composiciones literarias, personajes históricos y comunicaciones de adhesión
procedentes de España y de América se repetiría sistemáticamente a lo largo de
los años sucesivos, sin duda con la intención de subrayar la variedad de lazos
que sus integrantes eran capaces de multiplicar. En ese mismo sentido actuó
Enrique Martínez Ituño cuando, desinteresadamente, cedió su residencia en
Palos, Villa Argentina, para la instalación definitiva del Club. De hecho,
apenas un año después de su inauguración, la mansión del cónsul argentino
comenzó a convertirse en una visita obligada de todos quienes compartían sus
ideales.
Uno
de sus visitantes más asiduos sería el bodeguero moguereño Eustaquio Jiménez,
cuya presencia subrayamos no sólo por tratarse del hermano del posterior premio
nobel, sino también por ser sobrino de Francisco Jiménez, socio fundador de la
Sociedad Colombina Onubense. No podemos asegurar si Eustaquio Jiménez recibió o
no la influencia de su tío en su pasión por los asuntos colombinos o si,
simplemente, como tantos oriundos de la zona, tal y como señalaría el propio
poeta de Moguer, se fue contagiando de ese espíritu a lo largo de su vida
(Jiménez, 2009, p. 355-356). Acaso, su entusiasmo en estas lides, manifestado
ya al firmar el Acta del 3 de agosto, tenía sobre todo que ver con cuestiones
de su negocio. De hecho, estas últimas, le habían llevado a convencer a su
hermano Juan Ramón para que utilizase todas sus influencias con el fin de
conseguir en América representaciones de su firma comercial o, mejor aún, un
cargo consular de algún país de aquel continente. Con la primera idea, y por
recomendación del poeta, Eustaquio Jiménez se había dirigido en junio de 1908
al escritor gaditano Eduardo de Ory, recién nombrado cónsul de Colombia en
Zaragoza (Archivo Histórico Nacional de España, Sección Ministerio de Asuntos
Exteriores, . PP. 1245/19886) , para “solicitar de su atención me indique
personas o casas de toda respetabilidad en Colombia y Cuba que puedan dedicarse
a la venta de mis vinos y licores” (Jiménez, 2006, p.194). Por lo que respecta
al eventual cargo consular, Eustaquio también había escrito al escritor
uruguayo José Enrique Rodó pidiéndole su apoyo para ser designado representante
del Uruguay en Huelva, cuyo consulado se encontraba entonces vacante. Como
argumentación agregaba que estando en marcha algunos proyectos de cuño
palósfilo como el de “unas regatas y una Exposición de esas Repúblicas para
estrechar nuestras relaciones con las mismas, sería muy conveniente que esa
importante República tuviera su consulado” (Fogelquist, 1950, p.333). De nuevo
Juan Ramón volvió a insistir sobre esta petición (Jiménez, 2006, p. 203). Y lo
mismo haría con Rubén Darío, con quien el poeta de Moguer mantenía una
estrechísima amistad, al solicitarle también su influencia para un eventual
nombramiento como cónsul de Nicaragua en Huelva . Sería en 1913, quizás por
otra de las recomendaciones de Juan Ramón que en ese año también se había
dirigido por causa de su hermano al diplomático mexicano Francisco A. de Icaza
(Jiménez, 2006, p. 377), cuando Eustaquio lograse ser nombrado cónsul de
Colombia en Huelva. Nos parece, sin embargo, que las intercesiones de Juan
Ramón en su favor estuvieron más ligadas al afecto filial que al hecho de
coincidir en “las absurdas ampliaciones de la colombofilia, un peligro que no
conoce el que no haya vivido en esta región”, tal y como llegaría a decir el
propio poeta de Moguer en alguna ocasión en clara referencia al Club Palósfilo
(Jiménez, 2008, p. 1193).
El lenguaje palósfilo
Paulatinamente,
la asociación fue tomando decisiones que resultarían determinantes en su
posterior evolución ideológica, tal y como se detecta en uno de sus documentos
previos a la celebración del 12 de octubre de 1911. Algo que, obviamente,
sobrepasaría las puras cuestiones semánticas cuando optó por bautizar a América
como Continente Colombino sin abandonar las denominaciones de Indias
Occidentales y Nuevo Mundo que ya venía utilizando. C. Serrano (1999, p. 296)
ha definido perfectamente los debates surgidos en torno al nombre de América
como una cuestión de nacionalismo lingüístico “que, como el Guadiana, renace
cuando menos se espera”. De hecho, a mayores de otras ocasiones, ya había
constituido uno de los puntos a tratar por el venezolano Julio Febres Cordero
durante el IX Congreso de Americanistas que tuvo lugar en La Rábida durante el
IV Centenario, espejo en el que tanto se miraban los palósfilos. Al reivindicar
el cambio del nombre que “en justicia le corresponde a la mal llamada hoy
América” por otras designaciones de las que reconocía “parecerán extrañas y
arcaicas, y hasta platónicas”, se pretendía “remediar un olvido y una
usurpación histórica” que a juicio del Club atentaba flagrantemente contra un
elemento clave de la propia identidad española. Esa convicción llegaría a ser
tan obsesiva que, en 1912, se dirigieron a los delegados rioplatenses en el
XVIII Congreso Internacional de Americanistas de Londres con la intención de
hacer efectiva ante la comunidad científica la denominación de Continente
Colombino “pasando una circular a los gobiernos, centros docentes, prensa,
compañías de navegación etc…, rogándoles acepten tal designación [...] en sus
comunicaciones y anuncios” (Memorandum 14. Club Palósfilo) .
Lo
cierto es que los palósfilos fueron adoptando cada vez con más fuerza un
lenguaje proclive a la épica que no hacía sino anticipar sus ulteriores
posiciones discursivas cada vez más contumaces. Ya en 1911, cuando el Club
realizó su puesta de largo en el panorama estatal en la asamblea americanista
de Barcelona convocada por la flamante Casa de América, su representante había
terminado su alocución diciendo: “sentimos correr por nuestras venas una misma
sangre y somos hijos de esta España caballeresca, que aún a trueque de rezagarse
en los progresos de su siglo, dio, generosa la sangre que aún palpita en el
solar americano” (El Heraldo Militar, 14 febrero 1912). Tan grandilocuentes
palabras permeadas de un victimismo paradójicamente impregnado de gloria, por
otro lado, típico del nacionalismo español más clásico, inspiraron sin duda el
siguiente Memorándum publicado el 1 de febrero de 1912 que, aunque llevaba el
pomposo título de La Caballería Andante en el Descubrimiento de Indias,
evocando un género literario clásico de la literatura castellana, relataba con
más comedimiento del esperable la llegada de Colón a América. Pero sería en el
siguiente, que también fue reproducido en el Boletín de Historia y Antigüedades
(1913) bogotano, donde, bajo el título Honrando a España. La obra meritoria del
Club Palósfilo, que incluía además unos ripios sin desperdicio del párroco
García Viejo, el lenguaje adquiriría tintes casi mesiánicos al afirmarse en
relación a sus militantes que: “La historia nos presenta redivivos hombres
extraordinarios, seres de inconmensurable altura intelectiva, que han
coadyuvado decisivamente al movimiento impulsivo y aceleratriz del progreso
universal” (Memorándum 13. Club Palósfilo, 1 marzo 1912). Con tales palabras se
subrayaba también la importancia de los proyectos propuestos hasta entonces a
los que pronto se añadiría el que con renovado entusiasmo acometería el Club a
primeros de julio de 1912, inmediatamente después de la Asamblea de Huelva y de
la áspera discusión que allí tuvo lugar sobre la Calle de las Naciones. Ahora
se pretendía fundar una Escuela Central de Náutica que destinada a alumnos
españoles o “de las repúblicas que hoy componen el Continente Colombino”,
estaría dirigida por un vicealmirante español y capitanes de fragata de las
“naciones de Indias”, según explicaba el Memorándum 17 de la entidad. Además de
la insistencia en cuanto a la nomenclatura, se añadía que las clases teóricas
darían comienzo el 12 de octubre y concluirían el 3 de agosto cuando se
iniciasen las prácticas en las regatas Palos-Canarias, antiguo proyecto que el
Palósfilo se empeñaba obstinadamente en recuperar.
Pero
tampoco en 1912 hubo regatas. Y para conmemorar los 420 años de la partida
colombina, el Club hubo de limitarse de nuevo a una misa seguida de una
procesión cívica amenizada por el Himno a los Pinzones, compuesto por García
Viejo, cantado por los niños de Palos. Ese 3 de agosto fue recordado por un
texto del Club precedido por unos versos del inefable párroco dedicados a la
Villa (“Si ingrata la patria/ la llega a olvidar/ de América tu sitio /potente
tendrás/ y tu nombre augusto /siempre aclamará /de los altos Andes /en la
inmensidad”) que aludía al abandono en que se tenía “a la patria chica de los
Pinzones”, cuya salvación, como la del alma española, solo podría venir del
otro lado del Atlántico. Y tras señalar la propuesta de dragado del puerto, en
la que ahora el Club andaba empeñado, se enumeraban todas las anteriores
iniciativas palósfilas a las que poco más tarde se agregaría la de sustituir el
nombre Palos de la Frontera por el de Palos de Moguer — “como se le llamaba en
los tiempos de Colón” (La Correspondecia de España, 18 marzo 1913) — en una nueva alusión a las épocas gloriosas
de la nación. El escrito terminaba con el enfático lema pinzoniano ya aludido (¡Avante,
avante, avante…!) que el Club había acuñado como elemento de identificación.
Esta
era sin duda la expresión preferida de Martínez Ituño —quien se reconocía como
“asiduo lector de todas cuantas obras hayan caído en mis manos sobre los
intrépidos navegantes” — y que mejor
traducía el tesón del que los palósfilos hacían gala. Pero no eran estas las
únicas lecturas que alimentaban el discurso del Club. En otro acto celebrado en
Málaga el 15 de marzo de 1913, que daría lugar a un nuevo Memorándum titulado
Pro Palos, el cónsul argentino volvería a hacer uso del eclecticismo erudito al
que era tan aficionado. Así, demostrando además que como persona culta estaba
al día de la más reciente literatura, reproducía primero la composición lírica
“El tiempo habla” del nobel poeta Juan J. Llovet, intercalando con ella sus
digresiones sobre la Villa entremezcladas con las referencias históricas de los
textos de Amador de los Ríos (Semanario Pintoresco Español, 18 agosto 1849)que
ya venía utilizando desde 1908. Y, sin solución de continuidad, ponía la guinda
con la letra del Himno a los Pinzones al que sistemáticamente recurrían los
palósfilos hiciera o no al caso (Memorándum 20, 1913 ). En otro de sus textos
que se iniciaba con un fragmento del poema Marina de Rubén Darío —reconocido
como palósfilo en 1914 (La Provincia, 5 junio 1920 , glosaba luego la oración
cantada cuando las naves se hacían a la mar que Eugenio de Salazar había
incluido en el siglo XVI en una de sus obras , para más adelante, citar los
versos de Campoamor y Ernesto Mario Barreda dedicados a Palos (El Heraldo
Militar, 12 agosto 1913). Con ocasión del 12 de octubre de ese año, otra
contribución de su autoría introducida por una alusión al grito de Rodrigo de
Triana le tocó el turno a su admirado Cesáreo Fernández Duro y al dístico que
este había atribuido a la memoria popular (“España halló por Colón/Nuevo Mundo
con Pinzón”). Terminaba con los versos de F. Escudero y Peroso (“Dichoso
siglo/Siglo de gigantes/que abrió COLÓN/y cerró CERVANTES” ) que sintetizan una
asociación más que frecuente en las bases del nacionalismo español más tópico
de entonces. Con semejante batería literaria, en la que se aunaban tradición
castellana, andalucismo y lírica americana, y las connotaciones en ella
contenidas, el argentino volvía a aludir a la ingratitud existente hacia el
puerto de Palos como cuna de América. Quejas que, de hecho, fueron expuestas a
través de un comunicado que el Club Pálosfilo remitió a la Real Academia de la
Historia rogándole que ordenase “hacer una información que haga justicia a
aquel histórico pueblo” (Real Academia de la Historia, Legajo 6, “Antigüedades:
Huelva. (CAHU/9/7957, 17 (1 y 3))) De otro tenor, menos intelectual pero no por
ello menos retórico, serían las manifestaciones públicas de otros palósfilos
connotados. Así, cuando el médico venezolano residente en Málaga, Jesús R.
Rísquez, comunicó su adhesión al Club, evocando la expresión que su padre,
Francisco A. Rísquez —cónsul general de Venezuela en Madrid España— había
empleado con motivo de su apoyo al proyecto de la Calle de las Naciones (“Villa
de Palos, Madre y Nodriza de un mundo”), añadiría vehementemente “¡Tu hora no
ha sonado aún.Ten fe! (La Provincia, 2 mayo 1914).
La expansión palósfila
El
crecimiento de simpatizantes hacia el Club, del cual no hemos hecho detalle
exhaustivo, conduciría a la inmediata creación de filiales en distintos lugares
de la geografía española e incluso fuera de sus fronteras. Ya en 1913, uno de
sus más fervientes militantes, dirigiéndose al cónsul argentino como “patriota
amigo”, aseguraba que “han de salir muchos palósfilos, nuevos apóstoles [...]
que recuerden las fechas gloriosas del 3 de agosto, el 12 de octubre y el 15 de
marzo” (La Provincia, 2 abril 1913) Ciertamente, no andaba muy desencaminado
porque el 15 de marzo de ese mismo año, bajo el liderazgo del jurista catalán
Baltasar Puig de Bacardí, quien había representado al Club en la Asamblea de
Barcelona, se reunían los palósfilos de la Ciudad Condal con el fin de crear
una filial (Vida Marítima, 20 agosto 1913). De ello se congratulaba Martínez
Ituño en una carta dirigida a Puig de Bacardí en la que le anunciaba que,
siguiendo la iniciativa catalana, los palósfilos malagueños también habían
decidido convocarse todos los 3 de agosto, 12 de octubre y 15 de marzo. Y no
sin sorna, y en clara alusión a la Sociedad Colombina Onubense, le añadía que
con ello imitarían “a los Rabidáfilos que muy noble y generosamente, trabajan
también por aquel Convento de perdurable recordación” .
Que
los palósfilos malagueños venían tomando iniciativas propias encaradas a
reforzar los proyectos del Club, era un hecho. En sus filas se contaba por
ejemplo el acaudalado italo-chileno residente en Málaga Ricardo Daneri, quien
había hecho fortuna en Valparaíso donde, a través de sus amistades chilenas en
el mundo de la política, intentaba promover el concurso del país andino en el
proyecto de la Calle de las Naciones (La Provincia, 16 abril 1913) . En 1914,
con motivo de la conmemoración del 12 de octubre, los palósfilos de Málaga,
cuya alma mater era el médico vallisoletano retornado de la Argentina, Anselmo
Ruíz Gutiérrez, celebraron un banquete para proceder también a su constitución
formal. Terminada la sesión, precedidos de una banda de música entonando la
marcha Buenos Aires, se trasladaron a la residencia del mencionado galeno,
Villa Colón que en adelante operaría para los palósfilos de Málaga como Villa
Argentina para los onubenses. El primer Memorándum del nuevo Club Palósfilo
Malagueño —nacido para “fomentar y enaltecer la historia de España con respecto
al descubrimiento de América” (Reglamento del Club Palósfilo Malagueño,
1914) elaborado a imitación de los de la
entidad pionera, reproducía básicamente los discursos pronunciados el día
12. El de Anselmo Ruiz, aunque también
incluyó referencias a los Pinzones pues no en vano se declaraba palósfilo,
versó principalmente sobre Colón a quien llegó a equiparar con San Juan
Bautista “en tanto que precursor de Cristo en el Nuevo Mundo e insigne Apóstol
del cristianismo” (La Unión Mercantil, 13 octubre 1914) . Por su parte, el de
Martínez Ituño introdujo referencias religiosas de otro tenor afirmando que
“así como los hebreos tienen la pascua de la “Cabaña” en la que viven ocho días
al año rememorando hazañas de sus antepasados, los palósfilos también
pretendemos tener nuestras cabañas entre Palos y La Rábida, donde queremos
pasar temporadas en fechas gloriosas del descubrimiento [...] para dar el
debido culto a la Historia de España”, según se reproducía en las páginas de El
Diario Malagueño. Idea a la que poco tiempo más tarde, en una carta dirigida al
presidente de la comisión especial de la junta general del Instituto
Iberoamericano de Derecho Comparado de Madrid, añadiría sus votos para que la
anhelada Calle de las Naciones de las Indias Occidentales fuese la sede social
“donde se constituya la “inteligencia cordial” entre la Madre Patria y las
naciones que forman hoy el continente que descubrieron los españoles en 1492”
(La Provincia, 7 noviembre 1914) .
Otra
novedad importante en 1914 fue la representada por otra adhesión que, si bien
no resulta extraña por su apellido, sí lo era por proceder de una mujer que
sería la primera pero no la última. Bien aleccionada por su padre, Gloria
Martínez Ituño, que en realidad tomaba los dos apellidos del cónsul de Málaga,
con sólo trece años, hacía pública su simpatía hacia los ideales del Club (La
Provincia, 25 junio 1914). Pero aún más sorprendente, por su procedencia y por
lo que posteriormente significaría en la trayectoria de la asociación,
resultaría la de la maestra asturiana en la Escuela Normal de La Habana,
Paulina Ciaño, quien desde Cuba se había trasladado a los Estados Unidos en
noviembre de 1914. Devota ferviente de Colón, lo que un año más tarde le
llevaría a escribir un opúsculo sobre su figura (Columbus and his time), pocos
días después de su llegada, contactaría con la sociedad norteamericana
denominada Caballeros de Colón que en determinado momento habían hecho
gestiones para comprar el convento de La Rábida. La propia Ciaño, sabiendo que
tal acción sería imposible y conocedora del proyecto de la Calle de las
Naciones —de cuya existencia sabía probablemente a través de su paisano y
pariente Nicolás Rivero, director del conservador Diario de la Marina de La
Habana— les habría aconsejado construir una edificación simbólica en los
lugares colombinos. De todo ello informaría desde Nueva York al Club Palósfilo.
Y sería en torno a esta comunicación de Paulina Ciaño que en julio de 1915
tendría lugar una de las grandes novedades para la asociación. La conmemoración
anticipada del 423 aniversario de la salida de la flotilla descubridora en
Villa Argentina dio lugar al Memorándum 36, cuya primicia se aprecia en el
encabezamiento que lo acompañaba (El Popular. Diario Republicano, 15 julio
1915). Bajo el epígrafe Hijas de Isabel, su contenido relataba el acto en el
que, sin duda, el protagonismo correspondió a las mujeres. No sólo porque fue
una argentina la que recitó los sempiternos poemas de su paisano Ernesto Mario
Barreda, sino también porque contó con la asistencia, en representación de su
tío recién fallecido, Ricardo T. Acres, tesorero del Palósfilo malagueño y
miembro de los Caballeros de Colón, de Victoria Bado Acres, quien pertenecía a
la genuina Daughters of Isabella que había sido fundada en los Estados Unidos
en 1897 como filial de los Caballeros. El mencionado Memorándum recogía la
propuesta de una formación similar en España, presidida honorariamente por la
reina, y que por coincidir con los postulados palósfilos, se dedicaría a
secundar sus aspiraciones. El tinte ideológico de esta entidad femenina quedaba
de manifiesto en un comentario periodístico aparecido poco más tarde que no
dejaba lugar a dudas acerca de su talante conservador y ultracatólico:
Las hijas espirituales de Isabel la
Católica escogen el nombre de aquella reina porque ven en ella la heroína que
en Granada hizo triunfar el Cristianismo, abatiendo las hordas mahometanas
[...] y, por esa razón tratan ahora de iniciar un movimiento de opinión, coadyuvando
a la magna alianza hispano-americana (Vida Marítima, 10 septiembre 1915).
Firmaban,
entre otras, Victoria Bado por las Hijas de Isabel de los Estados Unidos, las
argentinas Benita Campos, directora de la revista Güemes de Salta; Gloria
Martínez Ituño, y, por supuesto, también Paulina Ciaño quien continuaba
abogando por promover la presencia norteamericana en la proyectada Calle de las
Naciones a través de un pabellón que eventualmente, según su propias
afirmaciones, hasta podría ser decorado por el mismísimo Sorolla, tal y como
estaba haciendo en la Hispanic Society of América de Nueva York. En la amplia
entrevista que al mes siguiente concedió al New York Tribune se erigía en
representante del Palósfilo en los Estados Unidos y, de hecho, poco más adelante,
otro miembro del Club, afirmaría que Ciaño junto con su paisana Eva Canel se
encontraban en ese tiempo dando “conferencias con proyecciones cinematográficas
en las principales capitales del Continente Colombino, a favor de los ideales
palósfilos”. Si esto era o no exacto, desde luego lo que sí era verdad es que
ambas eran seguidoras de la tesis que por entonces defendía el origen español
—y más particularmente gallego— de Cristóbal Colón, teoría que, expuesta por el
historiador Celso García de la Riega, había calado particularmente entre las
colectividades españolas de América, especialmente en las del Río de la Plata y
Cuba.
Desde
ese verano de 1915, Villa Argentina, tal que “un oasis en medio del desierto”,
al decir palósfilo, serviría también de solar a las nuevas Hijas de Isabel. Y
en ese marco tendría lugar el acto más importante de ese año que se efectuó el
12 de octubre. Bajo la presidencia del alcalde y la plana mayor del Club se dio
lectura al Memorándum 41, de la autoría de Martínez Ituño, cuya singularidad
era la de, “reunidos los palósfilos y las Hijas de Isabel” comunicar “al mundo
que ha sido creado el Día de la Raza”. Independientemente de la fecha inaugural
de su conmemoración en otros países e incluso en la propia España bajo esa
denominación, discutida por diferentes autores, el poeta argentino Ernesto
Mario Barreda llegaría a afirmar en un artículo publicado en La Nación de
Buenos Aires en 1935, glosado nada menos que por el adalid más ultramontano de
la hispanidad, Zacarías de Vizcarra, que fue precisamente el antecedente
palósfilo de 1915 el que caló en la Argentina para que el 12 de octubre de 1917
fuese declarado fiesta nacional tras la sanción oficial del decreto del 4 de
octubre anterior, atendiendo a una petición de la Asociación Patriótica
Española. Y a todo ello añadiría que, si bien dicha denominación fue impugnada
en distintos momentos y en diferentes lugares, “los vecinos de Palos
prefirieron llamarle Día de la Raza…Sabrían por qué” (Barreda, 1947).
E
indudablemente lo sabían porque aquel acto, considerado por los palósfilos como
un verdadero hito en su historial, terminaría con la intervención de un nuevo
actor, Gastón Mittenhoff, quien llevaría al paroxismo algunos de los postulados
palósfilos. Este profesor mercantil, natural de la localidad onubense de
Alosno, pero residente en Sevilla, ya había hecho su aparición en escena un año
atrás con un encendido artículo titulado “Palos Inmortal” redactado con un
estilo exaltado repleto de connotaciones religiosas que serían solo el
aperitivo de sus posteriores declaraciones. A partir de finales de 1915
animaría notablemente la actividad del Club introduciendo componentes
ideológicos en plena consonancia con los expresados por las ultracatólicas
Hijas de Isabel. Dicha sintonía quedaría demostrada durante una velada
hispano-americana en el Ateneo de Sevilla, cuando Mittenhoff, ante
representantes de los clubs palósfilos de Palos, Málaga y Granada, anticipó
algunos capítulos de su libro Palos ante el mundo civilizado, que entonces se
encontraba en prensa, en el que no disimulaba unos ideales cada vez más
conservadores basados en los sacrosantos conceptos de “raza y tradición” como
elementos consustanciales de la unión de España y América (Mittenhoff, 1916).
El acto del Ateneo Sevillano se convertiría en la antesala de la constitución
formal de otra ramificación, el Club Palósfilo Sevillano, liderada por el
vehemente alosnero. Por su parte, en 1916, las filiales de las Hijas de Isabel,
cuyas integrantes estaban estrechamente unidas por lazos de parentesco con los
palósfilos más distinguidos, se habían extendido por toda la geografía andaluza
e incluso fuera de ella y de España. Lo cierto es que el nuevo brazo femenino
del Club resultaría aún más activo, y si cabe más retórico, que sus compañeros
varones. Sin olvidar nunca, unas y otros, que las raíces del movimiento se
encontraban en la Casa Argentina fundada por Martínez Ituño a la que las Hijas
de Isabel —cuya andadura posterior, como la del Club Palósfilo, habrá de ocupar
otras páginas— definían como “vigía de las tradiciones hispanas y meca donde se
produce la fraternidad entre las naciones americanas y España”, anticipando el
más rancio estilo del nuevo hispanismo que se alumbraría en los años veinte y
en el que la utilización de América como ingrediente simbólico constituiría aún
con más fuerza un elemento fundamental y, hasta necesario, del nacionalismo
español.
Conclusiones
Al
preguntarnos en qué medida y de qué manera el Club Palósfilo contribuyó a
recrear la idea de América, lo primero que hay que señalar es que prácticamente
ninguno de sus proyectos llegó a plasmarse en la realidad. Por supuesto, el
nombre de América no se cambió, la Escuela de Náutica que propuso no fue creada
y, todavía a día de hoy, el puerto de Palos no ha sido dragado. Tampoco las
regatas marítimas que emularían una etapa del primer viaje colombino, ni la
espectacular escenografía, en cualquiera de sus variantes, que planificó en
torno a la discutida Calle de las Naciones lograron ver la luz durante la vida
del Club. Sin embargo, para sus integrantes algo quedó de todo ello. Porque
como dijera en 1913 su mentor, Enrique Martínez Ituño, entre decepcionado y
optimista, “en los años que llevamos laborando no hemos obtenido gran éxito en
nuestros proyectos [...] pero la gloria no está en los éxitos sino en las
iniciativas” (La Provincia, 17 febrero 1913) .
Y
quizá no le faltaba razón porque a tenor de los hechos posteriores cabría
preguntarse si para el Club Palósfilo en la salida del vuelo Plus Ultra de
1926, justo desde Palos, no había algo que le recordaba su idea de las
frustradas regatas. La declaración del propio comandante Ramón Franco al decir
que “hemos querido rendir a Palos este homenaje porque queremos que las
energías de Colón nos acompañen [...]. Cuando aterricemos en la Argentina,
puesto el pensamiento en Palos, diremos: ¡Ya hemos vencido!” (El Defensor de
Córdoba, 22 enero 1926), estuvo acompañada además por la escenografía en la que
participaron los miembros del Club velando el hidroavión presidido por las
banderas entrelazadas de España y Argentina con un viejo cromo al pie que
reproducía la llegada de Colón a la corte castellana después de su primer
viaje. Así pues, de nuevo la idea de América, con toda su fuerza simbólica, se
presentaba acorde a la liturgia palósfila. Por otro lado, y en este caso con
ciertos visos de realidad, tal y como afirmaba el documento de las Hijas de
Isabel titulado “Palos-Nuevo Mundo-Sevilla” y había reiterado el propio alcalde
palermo en 1923, cabría también preguntarse hasta qué punto, en la Exposición
Iberoamericana de Sevilla que, tras muchos avatares, se llevó a cabo en 1929,
no subyacía, para los integrantes del Club, la autoría intelectual palósfila
que se había anticipado a la idea ya en 1908 con su propuesta de la Calle de
las Naciones . Ambos acontecimientos tuvieron lugar, además, durante la
dictadura primorriverista, momento en el que el hispanoamericanismo reformista
que había caracterizado las primeras décadas del siglo dio paso a las tesis de
la hispanidad dominadas por la derecha más conservadora, cuyas filas pasarían
definitivamente a integrar el Club Palósfilo.
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La
Correspondecia de España. 18 marzo 1913
¹ Este trabajo ha
sido realizado en el marco del Proyecto HAR2014-59250 Donde la política no
alcanza: el reto de diplomáticos, cónsules y agentes culturales en la
renovación de las relaciones entre España e Iberoamérica, 1880-1939, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (España).